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El silencio cobarde de un expolítico tinerfeño ante una terrible emergencia

Una joven sufrió un ataque epiléptico en plena plaza de Los Patos. Una psicóloga que transitaba por la zona reaccionó de inmediato. Un hombre también se acercó, pero acabó esfumándose con rapidez
El silencio cobarde de un expolítico tinerfeño ante una terrible emergencia
El silencio cobarde de un expolítico tinerfeño ante una terrible emergencia. DA

Ocurrió ayer, a las ocho de la mañana, en plena plaza de Los Patos, corazón de Santa Cruz de Tenerife. Una joven cayó al suelo víctima de un ataque epiléptico, sufriendo un golpe brutal y una crisis de convulsiones que paralizó por segundos a quienes pasaban por allí.

Una psicóloga que transitaba por la zona reaccionó de inmediato: se arrodilló junto a la víctima, la asistió y pidió ayuda urgente. Pero lo que presenció a continuación debería sonrojarnos como sociedad.

El primero en acercarse a la escena no fue un ciudadano cualquiera, sino un conocido abogado y expolítico tinerfeño, expresidente -para más ironía- de una institución social de largo linaje, que presume de valores, honor y servicio público. Un hombre acostumbrado a los focos, a los brindis en los salones de protocolo y a los discursos sobre la “dignidad humana”.

La psicóloga le pidió algo elemental: que llamara al 112. Una acción mínima, un gesto humano. Pero el caballero de las causas nobles optó por lo contrario: giró sobre sus talones y desapareció. Ni una llamada, ni una palabra, ni un atisbo de empatía.

Se esfumó con la misma rapidez con la que, en otras ocasiones, se ha evaporado de sus compromisos éticos y judiciales, solo que esta vez quedó retratado en la retina de los testigos que se aproximaban.

No diremos su nombre -no hace falta-. En esta Isla todos saben quién es. El mismo que ayer se descubrió como lo que realmente es: un hombre vacío, incapaz de actuar cuando la realidad exige decencia y coraje. Santa Cruz no necesita más estatuas de yeso moral.

Necesita humanidad, la que a este “distinguido” personaje le faltó en el momento más simple y decisivo: levantar el teléfono y marcar tres números.

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