La mujer se llamaba Beatriz R. Y el marido, Ramón C. Ella tenía 65 años. Él habría cumplido 74 el próximo 31 de agosto. Nacida en Barbate (Cádiz), había sido profesora de Infantil. Él, natural de Ceuta, se había licenciado en Bellas Artes y también había estudiado magisterio. También había sido profesor, pero de dibujo. Era un matrimonio culto y educado.
La mujer, Beatriz, acabó este domingo por la noche con la vida de su marido y luego se suicidó. Detrás de esta tragedia que ha dejando conmocionado a este pequeño pueblo marinero hay una intrahistoria igualmente dolorosa. La enfermedad de él era conocida y visible. En sus últimos años estaba postrado en una silla de ruedas, con una discapacidad severa y degenerativa. Beatriz se ocupaba de él noche y día. Cuando llegó el momento de que usara pañales hubo un punto de inflexión. Y así estuvo años.
Ramón había sido un pintor reconocido. Tanto, que incluso tiene una entrada amplia, como artista pictórico del impresionismo abstracto, en la Wikipedia. La importante obra catalogada de Ramón, según el Ayuntamiento de Morón de la Frontera, se puede encontrar repartida por la geografía española y por países como Japón, Alemania, República Argentina, Cuba y Estados Unidos.
Ambos se habían afincado en 1976 en esta localidad sevillana, donde ambos ejercieron la docencia. En el caso de ella, lo hizo como maestra en el colegio Salesianos. Luego recalarían en Barbate. Estaban ya jubilados, y en este pueblo gaditano habían fijado su residencia, en un piso junto a la céntrica Playa del Carmen. En ese casa, el pasado domingo, ella se tiró de la azotea tras apuñalarle y dejarle malherido.
El matrimonio se casó muy enamorado. La foto de boda de ambos, delgados, elegantes, la publicaron los dos cuarenta años después del enlace en sus respectivas redes sociales, como añorando un pasado idílico que ya habían perdido por culpa de los años.
Pero mucho antes de los achaques y la enfermedad, tuvieron un hijo, A. que tenía dos hijos de corta edad, un niño y una niña. Al jubilarse, en Barbate ambos tuvieron por fin y durante unos años un retiro dorado, merecido y soñado, cerca del mar, del hijo y de los nietos. De la niña, la menor de los dos hermanos, estaban especialmente orgullosos: siendo muy pequeñita ganó un concurso de dibujo en el colegio, y su abuelo celebró el logro -y la herencia genética- en sus redes sociales.
Una vía más piadosa
Una camarera de una de las terrazas cercanas al domicilio sostiene que “todo el mundo dice que era muy buena mujer. Yo no la conocía, pero mi madre sí. No se puede creer lo que ha hecho y cómo lo ha hecho. Podría haber sido de otra manera más piadosa y no tan violenta, al menos con su marido. No, no está bien lo que hizo. Ella no estaba bien. Sabe dios lo que se le pasó por la cabeza”.
Beatriz se había sumido hacía años en una depresión de la que salía adelante a duras penas, solo por las obligaciones que tenía con Ramón. Envejeció prematuramente.
Quienes la conocieron en Barbate indican a este periódico que padecía el síndrome del cuidador: un desgaste psicológico continuado, producto de velar y cuidar sin descanso y en solitario a una persona dependiente, sin descansos y desconociendo absolutamente desde varios años qué es ser cuidada.
Y un mal día de hace unos meses, Beatriz comenzó a no encontrarse bien también físicamente. Fue al médico. A finales de junio, solía preguntar a altas horas de la noche, donde estaba la farmacia de guardia para ir a comprar medicamentos. No llamaba a nadie: lo preguntaba en redes sociales. Luego le hicieron varias pruebas. Para poder hacérselas iba haciendo malabares para dejar a Ramón al cuidado de alguien.
Los primeros resultados ya dieron indicios de qué es lo que la afectaba: cáncer de pulmón y de útero. Fuentes de toda solvencia indican a EL ESPAÑOL que el hijo, que vivía en la misma localidad gaditana “era un bala perdida y tenía problemas con las drogas”. Por eso, ella intuía que, cuando muriera, nadie iba a hacerse cargo de su marido.
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