Fran se empezó a sentir mareado cuando realizaba un ejercicio de pesas en un gimnasio. Fue la primera señal de alarma de la prueba de fuego a la que le retaría la vida con solo 31 años. “De repente, me sentí mal, como si estuviera borracho, sin controlar nada y muy mareado”. Minutos después llegaron los vómitos camino del hospital de El Mojón, en Arona, donde le inyectaron un medicamento contra el vértigo, que le calmó durante la noche. Pero a la mañana siguiente su cabeza era una bomba a punto de estallar. “No era un dolor normal, nunca había sido tan fuerte, solo quería dormir para no sentir, pero no había manera”. Horas después, un escáner realizado en una clínica de Playa de Las Américas detectó una anomalía en forma de sombra e inmediatamente fue derivado al Hospital de La Candelaria.
“Me dijeron que se veía una mancha y que no sabían qué era, pero sí lo sabían”, cuenta a DIARIO DE AVISOS este joven de Tijoco (Adeje), que trabaja como fotógrafo en el Ayuntamiento de Adeje. A lo largo de los 75 kilómetros de autopista hasta el hospital del área metropolitana, Fran Linares ya intuía el calvario que le esperaba. No se quitaba de la cabeza a su hermano Jonay, a quien un tumor cerebral le arrebató la vida con solo nueve años, cuatro más que él. “En el trayecto entre Los Cristianos y Santa Cruz yo ya sabía que la sombra era un cáncer. Además de mi hermano, varios familiares de mi madre lo sufrieron y todos murieron. Sabía que en ese momento empezaba mi martirio”.
Después de tres días de pruebas en el hospital, acompañadas por corticoides para calmar los dolores, llegó la confirmación de la malignidad de la sombra. Fran padecía un oligodendroglioma anaplásico de grado 3, un tumor cerebral de crecimiento rápido. Aunque se temía la enfermedad, en aquel momento se le vino el mundo encima, no tanto por el desafío extremo que le estampaba la vida en su cara, sino por el sufrimiento que le ocasionaría a sus padres, obligados a ver otra vez la misma película de terror 30 años después con su otro hijo. “Lo sentía más por ellos que por mí, después de todo lo que sufrieron con mi hermano. Aquello fue horrible y no acabó bien. Lo que más lamentaba era verlos a ellos sentir dolor. Yo me encontraba fuerte”, afirma emocionado.
“DOCTOR, ¿USTED QUÉ HARÍA?”
Los médicos del Hospital de La Candelaria descartaron una intervención quirúrgica y optaron por un tratamiento de radioterapia y quimioterapia, pero antes de dar ese paso Fran y su familia decidieron buscar las opiniones de otros facultativos. “Había que darse prisa porque solo teníamos un mes para las sesiones de quimio y una vez que empiezas no te pueden operar”. Fran recabó el parecer de profesionales del Hospital Universitario de Canarias y de la Clínica Universidad de Navarra y, cuando se agotaba el tiempo, el alcalde de Adeje, José Miguel Rodríguez Fraga, le sugirió que consultara a un médico del que tenía buenas referencias en el Hospital Doctor Negrín, en Gran Canaria, que resultaría clave en la decisión de jugarse la vida en un quirófano. Cuando llegó frente a él, le preguntó: “¿Si usted fuera yo, qué haría?”. La respuesta llegó sin titubeos: “Me pondría en manos del doctor Andreu Gabarrós, en la Clínica Bellvitge de Barcelona. Es uno de los mejores en este tipo de tumores”, le dijo.
Fran no le dio más vueltas -“aunque me arriesgaba a perder, me la tenía que jugar, había que coger el toro por los cuernos”, subraya-, y empezó entonces otra batalla, la de los trámites administrativos. “No es tan fácil operarte en otra comunidad autónoma, hay que hacer mucho papeleo y muchas gestiones, y en mi caso el Hospital de La Candelaria, sinceramente, no me lo puso fácil. Me tuve que buscar la vida y si no lo hubiera hecho seguramente hoy no estaría hablando contigo”, relata. Pese a todo, resume su camino hacia el quirófano como “un cúmulo de buenas vibraciones que se alinearon para que yo pudiera operarme”.
El 8 de octubre de 2017 Fran entraba en la sala de operaciones de la Clínica Bellvitge. La intervención duró 12 horas, de las cuales cuatro se mantuvo consciente. “Mientras me operaban, la psicóloga me iba diciendo que le pusiera nombre a los objetos que me enseñaba: una mesa, una silla… para asegurarse de que la intervención iba bien y que no tocaban nada que no debieran”. Ese proceso ya lo habían ensayado poco antes con anécdota incluida: “Cuando me enseñó un cajón, yo le respondí “gaveta”, y la psicóloga me miró con cara de extrañeza hasta que le dije que así lo llamábamos en Canarias. Ella entonces anotó la palabra para recordarla durante la operación. Si le hubiera dicho cajón la primera vez y gaveta la segunda, hubieran pensado que algo iba mal”, bromea.
La intervención resultó un éxito, superior incluso al que esperaban los médicos. “Antes de la operación me dijeron que como máximo extirparían un 50% del huevo de siete centímetros que tenía, pero al final me quitaron el 95%. Mi familia y yo no nos lo creíamos cuando nos lo dijeron. Fue un éxito para los médicos, para mí y las 18 personas que viajaron desde Tenerife, entre familiares y amigos, para acompañarme”.
El 5% del quiste restante fue tratado con radioterapia y quimioterapia entre las navidades de 2018 y el verano de 2019, pero no hizo falta llegar al final del proceso para escuchar la frase que ansiaba oír Fran en boca de los médicos. “El 12 de junio, tras una resonancia de control, el mismo médico que descartó operarme en La Candelaria, paradojas de la vida, me dijo que no se apreciaban restos de tumores, y mi prima, que me acompañaba, le preguntó: “¿Entonces, ya no tiene cáncer?”. Su respuesta fue seca, pero clara: “No, ya no tiene”. Nada más salir de la consulta nos abrazamos y lloramos juntos antes de llamar “como loco” a mi madre. Fue el día más feliz de mi vida”.
APRENDER A CAMINAR
Fran guardará para siempre en su memoria una imagen que simboliza uno de los momentos más felices de todo su proceso oncológico. “Después de la operación te conviertes en un bebé que empieza de cero, y tuve que volver a aprender a caminar, primero agarrado por dos personas, luego con una y más tarde yo solo. El día que logré andar sin ayuda recuerdo ver a mi padre en el pasillo exterior del hospital de Barcelona, donde siempre me esperaba, con una cara de emoción que lo decía todo. Los dos nos pusimos a llorar”.
En los 12 días de estancia en el hospital de la Ciudad Condal, Fran tuvo tiempo de darle ánimos a un joven que se enfrentaba al mismo trance que él. “Sus padres me veían fuerte y me dijeron que hablara con él. Lo intenté convencer para que estuviera despierto durante una parte de la operación, porque él no quería, temía los dolores. Y yo le decía: “Pero si estás dormido no saben cómo va todo, no tengas miedo a luchar porque solo tenemos una vida”.
A la pregunta de dónde sacaba las fuerzas en los momentos más críticos, Fran no oculta que siempre se ha considerado una persona valiente, pero reconoce que “hasta que no te enfrentas a algo así, no eres del todo consciente de hasta dónde puede llegar tu fortaleza. Yo pensaba en mi familia, en mis amigos, en mi trabajo, en sacar fotos, en estar en la playa tirado… y me decía: No, esto no se puede acabar. No era cuestión de rendirse. Esa palabra no cabía en mi cabeza. Sabía que esta batalla la podía ganar”.
Las lágrimas vuelven a sus ojos al recordar que “de todas las personas que conocí con tumor cerebral a lo largo de mi proceso fui el único que quedé vivo”, una frase que le devuelve a su mente la mayor de sus agonías cuando le detectaron la enfermedad. “Cogía el móvil y me ponía a buscar como un loco historias o entrevistas con alguna persona que contara cómo superó un tumor cerebral. Solo quería leer la frase: “Tranquilo, esta batalla se puede ganar”. Pero no encontraba nada. Era desesperante”. Esa desazón le llevó a escribir un diario, El cáncer y yo, como terapia de desahogo, que se convirtió en viral con miles de seguidores en Facebook.
“Quería contar mi historia cada día, de principio a fin, y reflejar cómo me sentía en cada momento. El cáncer hace que afloren tus sentimientos. Las emociones tristes no las expresamos porque no solemos hablar cuando estamos tristes. Mi terapia fue esa: soltar toda esa porquería interior de cómo me sentía, pero también contaba cosas positivas”. Las últimas líneas de su blog definen su voluntad de insuflar moral de victoria a otros pacientes con patologías similares: “Si conoces a alguien que está pasando por lo que yo pasé, cuéntale mi historia y dile que sigo vivo”.
Además, sostiene que el apoyo psicológico es clave, pero tanto o más sentirse arropado por la familia y los amigos, “y hasta de los desconocidos, porque con las personas más allegadas evitas expresar cómo te sientes para no hacerles daño”.
Hoy Fran es una persona feliz, a pesar de que la guerra que ha ganado le ha costado perder una parte del campo de visión del lado derecho. Acude cada tres meses a revisiones con resonancia y cuenta los días para incorporarse a su trabajo en menos de un mes y empezar a almacenar en su cámara estampas llenas de vida. Su mejor fotografía le espera, como también espera a los pacientes afectados por un tumor cerebral el testimonio de coraje y supervivencia de este joven adejero. Ellos sí podrán leer la frase que él nunca encontró: “Tranquilo, esta batalla se puede ganar”.