No reconocer la clara victoria electoral de Salvador Illa como fuerza más votada en Cataluña es casi tan ridículo como negar que lo tiene crudo, más negro que el sobaco de un grillo, para conseguir la Presidencia de Cataluña. No diré imposible, porque nada lo es en la política española de los últimos años, pero el ejercicio de equilibrio que se pretende mantener entre ERC y Junts, ambos necesarios y al mismo tiempo incompatibles para mantenerse en la Moncloa y en la Generalitat simultáneamente, es quizá el prodigio más grande de las muchas maravillas que ha sido capaz de hacer el funambulista Pedro Sánchez para asombro de todos los mortales y desesperación de sus enemigos.
Y es que la lógica de Puigdemont, por perversa que parezca, es incontestable a su manera. Cuatro patas sostienen sólida su “mesa argumental”: En primer lugar, porque ha visto cumplidas todas sus exigencias y expectativas, sin excepción, desde que la aritmética parlamentaria le otorgó la resurrección política (ciertamente, hasta entonces estaba prácticamente difunto) con el infinito favor de tener exactamente el número imprescindible de votos para sujetar el trono sanchista. Todo lo que pide, incluso la imposible amnistía, ha caído en sus manos… luego, ¿por qué renunciar a nada, si su experiencia demuestra que no tiene límites? Segundo, si Pedro Sánchez, no habiendo ganado las elecciones está legitimado para obtener la Presidencia del Gobierno gracias a esos “Siete Magníficos” votos (y unos cuantos más), ¿por qué no puede hacer él lo mismo en Cataluña, en legítima reciprocidad? Entre bomberos… no nos pisemos la manguera.
Tercero: cierto es que ERC detesta a Puigdemont y los suyos hasta niveles insospechados, pero no es menos verdad que le ha arrebatado el liderazgo entre el sector soberanista, y por duro que pueda ser un castigo electoral si hay repetición, más duro resultaría seguir desangrándose ante su propia parroquia, facilitando la presidencia socialista y “traicionando” por tanto al independentismo (¿se acuerdan de las famosas “treinta monedas de plata” del tuit de Rufián que desbarató el primer plan de Puigdemont?). Y cuarta, en caso de no alcanzar su objetivo (que no es otro que su ambición personal, no lo duden), y una vez apurado hasta el límite la amnistía cosechada, ¿qué incentivo le quedaría a “President en el Exilio” para seguir apoyando al Gobierno de Sánchez en Madrid? ¿Por responsabilidad? ¿por coherencia? ¿por agradecimiento? No sé cuál de estas tres razones me produce más risa.
Hacer apuestas es condenarse a perder en la política actual, lo sé. Pero, sinceramente, no veo un escenario inmediato donde Salvador Illa resulte elegido Presidente. Bueno, en realidad veo uno, pero implica necesariamente una sublevación del PSC respecto al PSOE, una rendición de ERC respecto a Junts, y finalmente un inminente desmoronamiento en menos de seis meses del Gobierno de Sánchez ya abiertamente sin mayoría en el Congreso y sobreviviendo a duras penas sin Presupuestos y a base de su infinita maquinaria propagandístico-electoral, cada vez más acosada (y por eso contraataca) contra los dos pilares que en toda Democracia que se precie de serlo siempre actúan como “contrapoder” a la tendencia omnímoda de cualquier Gobierno: el Judicial y los Medios de Comunicación.
Y como mi dosis de ingenuidad está cada vez más menguada, y he visto pasar flotando por la corriente política ya muchos cadáveres (lejanos y cercanos, esperados y sorprendentes) con evidentes signos de quién había empuñado el arma homicida, con tantas muescas en su culata, es por lo que me temo (ojo, no lo deseo) que más pronto que tarde oiremos gritar en Ferraz con el mismo entusiasmo que un día escuchamos el “illa, illa, illa… Juanito Maravilla” en el Bernabéu, un nuevo lema que se justificará como sea menester a ojos del Amado Líder: “Illa, Illa, Illa… por la ventanilla” (no se preocupen, que acomodo personal no le va a faltar).