Carmelo J. Pérez Hernández

Se me atragantó la Virgen

Cuando estaba en el seminario se me atragantó la Virgen. No me gustaba el rosario, me costaba entender a quienes se pasaban horas de rodillas ante la imagen de María que teníamos en la capilla (bonita, aunque un tanto bobalicona) y cargaban con postales de nuestra Señora en todas sus poses, marcas y vestuarios. Tras […]

La culpa es de los curas

Cuántas veces habré oído echar la culpa de todos los males a los curas, entre los que me cuento, vaya por delante la aclaración. La culpa de los malos tratos, de los curas, que obligan a las mujeres a ser sumisas

Han matado a un bethlemita

A fray Carlos lo mataron cuando iba camino de los pobres. Fue en Escuintla, aunque el sitio da igual. Podría haber sido cerca del mercado central de Guatemala, donde cada día iba a mendigar fruta y verdura para dar de comer a los ancianos locos a los que atendía junto a sus hermanos de congregación

Ordenación sacerdotal de Ceballos

En el minibús que me recogió en el aeropuerto viajábamos sólo el conductor y yo. Y la radio, que era como un personaje más de la escena, su sonido ocupaba más que los dos viajeros humanos juntos

Saber irse es saber estar

En algunas cosas de Iglesia sucede lo mismo que en algunos aspectos del resto de la vida

Con el dolor no se trafica

O sea, que elijo ser un político descafeinado y me cargo mi propio partido fusionándolo con los príncipes de la charlatanería

Desear es lo más humano

Los hay que engullen sus vacaciones. Y luego están quienes las disfrutan. Como este año no podré coger mis días libres hasta octubre, veré a la mayoría de personas de mi entorno suspirando por poder apagar al fin su ordenador durante algunas semanas. Y luego los veré volver oliendo a protector solar y desencanto. Y

¡Peligro, cristianos fatuos!

Hay una forma de presunto amor que no ayuda a crecer a las personas. Al contrario, las retuerce sobre sí mismas hasta agotar las reservas de cordura sentimental de los supuestos amantes

No me gustan los milagros

No me gustan los milagros. No me imagino a Dios varita mágica en mano cambiando el curso natural de las cosas para ganarse el respeto de sus criaturas

Y así mataron al Dios de Ana

No eran las siete de la mañana y ya había ruido en la casa. Ella era la única que seguía en su cama, arropada por ese calorcito de los sueños que se va gestando durante la madrugada y al que resulta complicado renunciar cuando suena el despertador