“Suárez no quería que yo presidiera la Junta de Canarias y las presiones fueron las peores de mi vida”

Jurista y funcionario del Estado, Alfonso Soriano fue diputado en el Congreso cinco legislaturas, incluyendo la primera (con la UCD y cuatro con el PP)
Alfonso Soriano, junto a la placa de la calle que llega su nombre en Santa Cruz. / SERGIO MÉNDEZ
Alfonso Soriano, junto a la placa de la calle que llega su nombre en Santa Cruz. / SERGIO MÉNDEZ

El Ayuntamiento de la capital tinerfeña ha dedicado una calle en Cabo Llanos al que fuera primer presidente de la Junta de Canarias, el órgano que, desde 1978, un año después de las primera elecciones democráticas tras morir Franco, preparó el terreno de la Autonomía canaria. Jurista y funcionario del Estado, fue diputado en el Congreso cinco legislaturas, incluyendo la primera (con la UCD y cuatro con el PP). Acabó su vida política como concejal santacrucero de Patrimonio Histórico (2007-2011). A sus 79 años, en esta entrevista evoca aquellos tiempos convulsos pero ilusionantes del fin del franquismo y el arranque de la democracia.

– ¿Qué sensación le da pasear por una calle que lleva su nombre?
“Si soy sincero, lo usual es que eso pase con personas ya fallecidas. El Ayuntamiento decidió en su día poner nombres de calles a los presidentes de la Junta preautonómica de Canarias, pero como yo era concejal entonces , el reglamento lo impedía en mi caso. Así que se las pusieron a quienes me sucedieron en la Junta, Vicente Álvarez Pedreira y Paco Ucelay, los dos de UCD y amigos, y me alegré mucho por ellos. Fue el alcalde José Manuel Bermúdez el que, tras tomar posesión por primera vez, recuperó aquella iniciativa y se tomó el asunto muy en serio “.

-La placa con su nombre la han colocado en una valla de cerramiento de un solar y aún no hay edificios en ese lugar…
“Me han dicho que a un lado de la calle irá el Palacio de Justicia y al otro un edificio de Disa. Esa calle la tomo como un homenaje a los que atravesamos los difíciles momentos de la preautonomía y a los diputados de la Transición, en 1977, que se han olvidado de ellos, pese a que tuvieron mucho mérito, porque no era como ahora, en que hay tiros para ir en una lista electoral. Entonces nadie quería”.

– Aparece usted en más de una foto histórica de la Transición…
“Sí. Santiago Carrillo llamaba desde París todos los días a Antonio Garrigues, que dirigía el Partido Demócrata Liberal al que yo pertenecía, para que se metiera en la Junta Democrática y yo presenciaba esas conversaciones. Hubo una reunión histórica de los partidos democráticos (la socialdemocracia, PSOE, PNV, Convergencia… ) en el despacho de Raúl Morodo. Garrigues me dijo que fuera yo en representación de los liberales con Joaquín Satrústegui. Ya Franco había muerto y yo era funcionario en Presidencia del Gobierno, pero aún el canguelo existía. Me dijeron que era una cosa medio clandestina pero al llegar allí estaban todos los fotógrafos y salí en televisión. De allí salió la famosa comisión de Los Nueve que negoció con Adolfo Suárez la Constitución y la Transición antes de las primeras elecciones”.

– ¿Qué significaba en aquel momento ser del Partido Liberal?
“Franco en todos los discursos hablaba del ‘liberalismo nefasto de Europa’. Ser liberal era ser masón, o poco menos que anarquista. El liberalismo y el comunismo eran las dos bestias negras del franquismo. En vida de Franco, me enrolé en este grupo con Joaquín Satrústegui”

– ¿Con Franco vivo esa actividad de oposición democrática no le trajo problemas?
“En 1972 o 1973 yo era subdirector general de un Ministerio, el máximo nivel de carrera administrativa, y firmé un famoso escrito de 500 altos funcionarios de la Administración del Estado dirigido al Gobierno que presidía Franco para que hubiera democracia y recuperar las libertades. Ese escrito organizó el gran follón. En el Consejo de Ministros presidido por Franco se acordó que nos expulsaran a todos los firmantes. Fue Fernando Suárez, ministro, quien les convenció de que sería una locura expulsarnos y dieron marcha atrás. Eso sí, el subsecretario del Ministerio nos llamó comunistas, nos puso a parir, nos dijo de todo. Era subsecretario de Justicia don José del Campo Llarena, magistrado de Tenerife y conocido mío, y le dije que estaba asustado por lo que podía pasarme, pero me tranquilizó”.

– ¿Cómo llegó a ser diputado en las Cortes constituyentes?
-En 1977 UCD era una unión de partidos y yo iba representando a la cuota de los liberales. Investido Suárez presidente del Gobierno, me designaron secretario general técnico de Obras Públicas, con Garrigues de ministro. Entonces se suscitó la elección de presidente de la Junta de Canarias”.

– Una etapa de su vida política que le resultó muy complicada…
“Sí. Junta fue el primer episodio del pleito insular después de Franco, ya en democracia. Tenían que designarla los diputados, senadores y presidentes de los cabildos. El primer problema era dónde nos reuníamos para elegir presidente. Se llegó a hablar hasta de hacerlo en un barco en medio del mar para que no hubiera peleas. Al final se aceptó Las Cañadas del Teide. Suárez propuso a Francisco Bergasa,de Las Palmas, porque Lorenzo Olarte estaba de asesor suyo y le dio ese nombre, y ahí se armó el pitote. Tuve presiones de todo tipo para no presentarme. Garrigues me decía que no me metiera en ese lío porque Suárez apoyaba a Bergasa y que lo diera por perdido. De haber dado marcha atrás la prensa de Tenerife se habría metido conmigo por bajarme los pantalones, para hablar en plata. Total, un día me llama Garrigues y me dice que de parte de Suárez que diga lo que quiera para no presentarme a la Junta , y que me ofrecían la presidencia de una empresa nacional muy importante,que no me acuerdo cuál era, no sé si Endesa… y que ahí ganaría mucho dinero. Nunca he vuelto a tener presiones tan grandes como esas en mi vida”.

– Como presidente de la Junta preautonómica, ¿pudo tomar decisiones importantes?
“No. Suárez -que me nombró luego senador- nos boicoteaba, no tenía presupuesto, ni un duro. Nos reuníamos en los cabildos. A mí me pusieron un despachito en la torre del Cabildo de Tenerife. No tenía competencia ni dietas. Si iba a las Palmas a una reunión, me lo pagaba yo. Renuncié a sueldo, y también Alberto de Armas. Y cuando cesé, el interventor me mandó un cheque, de casi un millón de pesetas en 1978, lo cual era dinerito entonces, y lo devolví. Cobraba como senador, que eran cuatro duros, una miseria”.

-¿Por qué dimitió de la Junta Autonómica en 1979?
“Fuí elegido para durar hasta que se creara la Autonomía , en 1983. Pero como vi que aquello no funcionaba porque Suárez me tenía declarada la guerra, renuncié para facilitar que avanzara el proceso y me sustituyó Bergasa”.

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