Leer a Whitman en la vigilia americana

Una de las claves de bóveda de este año inconcebible que ya expira entraña un misterio inescrutable para la arquitectura de nuestras vidas ordinarias, las presentes y futuras.

Una de las claves de bóveda de este año inconcebible que ya expira entraña un misterio inescrutable para la arquitectura de nuestras vidas ordinarias, las presentes y futuras. Quienes somos padres damos mucha importancia a estas últimas, ya no solo para nuestra propia incumbencia, sino, sobre todo, para la de nuestros hijos. ¿Era, entonces, posible, viable, incluso, creíble, vivir un año tan demencial como este sin que el mundo se viniera abajo? Acostumbrados a tiempos confusos y terribles con el colmillo afilado de las plagas económicas, como la infernal crisis próxima a una década (2007-2017), este año nos parece, sin embargo, el totum revolutum de las salidas de pata de banco de dirigentes que hicieron temblar el edificio. Pero no se despanzurró, así temiéramos bajo el síndrome calatrava que era imposible que se sostuviera en pie con tanto loco suelto tumbando los pilares que creíamos inamovibles. Y en cuestión de horas podría acaecer el último episodio de ese desbarajuste que inspira el tiempo apocalíptico de un declive mundial rehecho a sí mismo como tiempo nuevo. Los años tumultuarios que trajeron a Podemos se han hecho viejos a toda velocidad. El tejerazo nos resulta ya tan poca cosa al lado de todo este golpe de Estado internacional. ¡Ah, y qué cándida e inimaginable nos parece ahora el consenso que alumbró la Transición! ¡aquel año 77 de libertad sin ira, cuando la democracia estaba en pañales y éramos imberbes y teníamos ideología! Nos abocamos a un fin de año sin más relato que Donald Trump. A 48 horas de ese insulto a la inteligencia, en la cuna democrática de Whitman, que vio de cerca a Lincoln y le pareció un pobre hombre minúsculo que no se achicaba, en cambio, pese a la losa insoportable de los odios extremos, en esa esquina poderosa del mundo, está a punto de producirse una de esas averías trágicas de la historia, de las que Europa sabe algo si mira hacia los años 30 que lastran sus espaldas. Transido año de nada servible, 2016 se empecina en dar la campanada si hace presidente a Trump, con ayuda de los intangibles hilos que mueve la sórdida, profunda USA en manos de conspiranoicos, sectarios como los davidianos (repásese la masacre de Waco en 1993) y ultraxenófobos como el Ku Klux Klan. ¿Por qué la semilla prendió en estas bestias en el año de las erratas del no a la paz en Colombia o el brexit en el Reino Unido? El año de las fieras atroces que atentaron en París y regaron su pólvora felina de horror por toda Europa. El año de la zancadilla al inmigrante sirio, de la portera de la selección de Gambia ahogada en una patera en el Mediterráneo, y de los niños de Alepo. En este continuo desastre de año, John Carlin sorprendió al periodista, con un juicio que no parecía proceder de las labores de este oficio: “España está mejor que el resto del mundo”. España ha sido para los españoles un país al garete, precisamente, en 2016. En la cimera de este tiempo sin historia había, en efecto, un país sumido en la nada. La crónica de la nada hecha pedazos, de Juan Cruz, ambientada en un país sin gobierno, sin políticos con cabeza -un hemiciclo de diputados acéfalos no sería ninguna exageración, si construyéramos el retablo del año en vísperas de Navidad como un falansterio de zombis decapitados autogestionando su insania-. Pero Europa estaba peor. El mundo estaba peor. Y pasado mañana podría empeorar aún más, si se consumara el drama y Trump, un déspota inaudito, el sublime imbécil de la Tierra, resultara elegido presidente de un país que gobierna el mundo sin saber dónde queda cada país en el mapa, ni dónde tiene la mano derecha o izquierda, sea cual fuere con la que ese país vote el martes tal dislate. ¿Qué nos queda por hacer en esta vigilia de 48 horas a quienes no votamos en las urnas de Estados Unidos, pero estamos bajo la órbita de su poder? Hace años que hago eso que solo podemos hacer ahora todos: leer a Whitman, al poeta orbicular, sus prosas líricas colosales, las flámulas a campo traviesa que nos arman de razones: “Las grandes puertas del granero esperan abiertas a los carros perezosos cargados de hierba seca”. Veremos que votan en su tedio contra la raza y la razón, contra los negros y las mujeres y contra los clinton. El frankenstein de todos los monstruos era el leviatán que asomó la cabeza de dragón de tupé dorado.

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