Yo creo que debo descansar

El tiempo te pasa factura. Hay un momento en que tienes que parar. El 18 de agosto próximo cumpliré 70 años y si es por los vaticinios de aquel brujo, en la barra del Mencey, tendría que estar muerto. No sé si voy a estar muerto o vivo

El tiempo te pasa factura. Hay un momento en que tienes que parar. El 18 de agosto próximo cumpliré 70 años y si es por los vaticinios de aquel brujo, en la barra del Mencey, tendría que estar muerto. No sé si voy a estar muerto o vivo, pero mi gran duda es si debo descansar y dejar de escribir o si esto me acarreará una de esas enfermedades neurológicas que azotan a la humanidad por falta de actividad cerebral; es decir, porque me haya abandonado la curiosidad.

Un periodista inactivo es un cadáver. Todos escriben casi hasta el mismo día de su muerte. Yo sigo teniendo curiosidad por todo: por combatir la injusticia (o, al menos, lo que yo creo que es injusto), por rebuscar en los cajones del rastro, por leer lo último de un autor que me interese, por hacerles llegar a ustedes las 300 palabras todos los días, a través de este periódico; por saber qué va a ser de mi archivo y de mis cachivaches cuando yo no esté; en fin, que la curiosidad me mantiene. Pero estoy convencido de que está llegando la hora de descansar, la veo venir, siento que me está abandonando la curiosidad. Aunque yo creo que me voy a hacer crítico gastronómico, para morirme comiendo gratis en un restaurante o supervisando un libro que me edite el Cabildo. Porque el Cabildo ya no edita sino a los analfabetos funcionales que escriben de gastronomía -hago las excepciones, pocas, de rigor-. Estos tipos se creen bendecidos con una reducción de Pedro Ximénez, están endiosados, y sablean sin piedad a los dueños de los restaurantes, bajo la amenaza de una mala crítica gastronómica. La mayoría de los escribidores de ensalada de zanahorias no tiene formación universitaria, actúa por instinto y tiene el paladar atrofiado. Son unos desalmados.

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