Al filo de los 50

Cuando las citas ya no son con los amigos sino con el urólogo, la óptica o el traumatólogo es que has cumplido más años de los que crees

Cuando las citas ya no son con los amigos sino con el urólogo, la óptica o el traumatólogo es que has cumplido más años de los que crees. Si caes en que vas más veces a recoger análisis clínicos y bastante menos a echarte unas copas es que, distraído, pendiente de esto o aquello, te has plantado al filo de los cincuenta sin apenas enterarte. Las señales se multiplican. Los síntomas crecen.

Uno es, sin duda, que los médicos, durante décadas seres vivos ajenos a tu ecosistema, se cuelen en tu paisaje sin prisa pero sin descanso. Empiezan colándose en las conversaciones con los colegas (alegar sobre colesterol, revisiones y presión arterial entra ya en el catálogo de asuntos ordinarios) y terminan haciéndose un hueco en la agenda del móvil. Algo se nos está yendo de las manos cuando nos atrincheramos en argumentos outlet, razones de cartón, recursos tan frágiles como el de que los cincuenta de hoy son los treinta y largos (o cuarenta y pocos) de antes, que sí, claro que sí, ahora es distinto, cuando nuestros padres era otra cosa, nada que ver, qué va, si basta vernos, apenas hemos cambiado, estamos igual, bueno, igual no, pero ni de lejos estos cincuenta son como los de antes; y así hasta que hacemos que nos lo creemos. Hay otras piezas a considerar. Con los años descubres que durante los tiempos aparentemente muertos es cuando más cosas pasan pareciendo que no pasa nada, y concluyes que el silencio dice bastante más de lo que creías, ni recuerdas ya en qué papelera tiraste años atrás el sentido del ridículo, aprendes a devorar los buenos ratos, buscas oxígeno en contenidos ajenos a los tuyos, relativizas, te ríes de ti mismo como nunca antes, dejas de tomarte en serio a los que pontifican y logras, cada vez con mayor facilidad, pasar de los idiotas y sus idioteces. Al filo de los cincuenta solo pido salud porque del resto ya me encargo yo.

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