Amancio Ortega y Lenin

Un sector de la izquierda española está enloquecido e instalado en el disparate y el surrealismo. Más allá de un sectarismo extremo, muestra un rencor delirante y una fijación de ideas que lo incapacitan para conectar con la realidad

Un sector de la izquierda española está enloquecido e instalado en el disparate y el surrealismo. Más allá de un sectarismo extremo, muestra un rencor delirante y una fijación de ideas que lo incapacitan para conectar con la realidad. Y en cada una de sus actuaciones corrobora aquello que advirtió Lenin de que el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo. Pues bien, ahora le ha tocado a un muy destacado empresario español, Amancio Ortega, que ha donado más de trescientos millones de euros para la adquisición de aparatos de última generación de diagnóstico y tratamiento del cáncer. Es una operación que financia la sanidad pública -no la privada- y que se añade -no sustituye- a la financiación pública de dicha sanidad. Y es una operación que ha sido recibida con el natural y lógico reconocimiento, en especial por los enfermos de esa terrible enfermedad. Porque permite adquirir unos aparatos que, a lo peor, no podían ser adquiridos todavía con la financiación pública o no estaban entre las prioridades de nuestros presupuestos públicos. Y porque, en contra de lo que cree la izquierda, los poderes públicos no pueden financiar todo, en todas partes y al mismo tiempo, y la economía y la gestión presupuestaria están sometidas a unas leyes cuya vulneración hacen pagar muy caro a las sociedades y los Estados.

El mecenazgo que financia políticas sociales es algo habitual en todo el mundo. Y no es la primera vez que el empresario español dona cantidades importantes para financiar políticas públicas. Parece que solo cabría manifestarle nuestro agradecimiento y desear que repita su gesto cuando le sea posible. Pero no. En diversas zonas del país -también en Canarias- han aparecido unas asociaciones de defensa de la sanidad pública que rechazan esa donación, propugnan que no sea aceptada y han llegado a faltar al respeto al empresario. Sus argumentos incurren en el contrasentido de que, desde la supuesta defensa de la sanidad pública, se cuestiona el aumento de su financiación. Se sostienen disparates que ofenden a los enfermos e invalidarían cualquier avance en nuestra sanidad, como que esos aparatos no son necesarios y fomentan el sobre diagnóstico y el exceso de pruebas a los pacientes; o que esos aparatos necesitarán personal especializado en su manejo y un mantenimiento futuro. Y se incide en el sofisma de que la sanidad pública solo puede ser financiada con fondos públicos, no vaya a ser que los fondos privados la contaminen.

En definitiva, una muestra más del resentimiento social y la enemiga que los empresarios, la empresa privada y la libertad de empresa despiertan en cierta izquierda. Su alternativa es subir brutalmente los impuestos, ahogar fiscalmente a la clase media y los pequeños empresarios, y disparar el déficit hasta límites irresponsables. A pesar de ello, y con permiso de Lenin, la mayoría preferimos que los aparatos los pague Amancio Ortega y no nosotros.

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