El jueves pasado se cumplieron cuarenta años de las primeras elecciones democráticas posteriores al régimen franquista. Unas elecciones que, para ser creíbles y aceptadas por la comunidad internacional, implicaron la previa legalización del Partido Comunista, y que supusieron un punto de no retorno en el desarrollo de la Transición española. Sin embargo, en nuestro artículo semanal preferimos obviar esta efemérides y comentar la polémica desatada por la donación a la sanidad pública de más de trescientos millones de euros por parte de la Fundación de Amancio Ortega. Y preferimos hacerlo así porque esta falsa polémica contribuye a poner de manifiesto, una vez más, el fracaso de la Transición y el naufragio de las ilusiones que tantos ciudadanos alimentamos cuando votamos aquel día. Esta falsa polémica nos muestra que un sector importante de la izquierda española está enloquecida e instalada en el disparate y el surrealismo. Más allá de un sectarismo extremo, exhibe un rencor delirante y una fijación de ideas que lo incapacitan para conectar con la realidad. Y esta falsa polémica, en suma, nos corrobora dolorosamente que las dos Españas siguen existiendo, igual de robustas que entonces, y que el espíritu de la Guerra Civil no nos ha abandonado y continúa acampando entre nosotros. Tales circunstancias lamentables han propiciado que las conmemoraciones de la fecha hayan revestido un carácter nostálgico y de cierta melancolía por lo que pudo haber sido y no fue. Y nos negamos a escribir desde la nostalgia de aquellos años y la melancolía que produce el esfuerzo inútil. Hasta el calendario de estas conmemoraciones abona nuestra impresión. Estaba previsto que el Congreso de los Diputados celebrara un acto solemne presidido por los Reyes el mismo jueves. Pero la absurda moción de censura de Podemos lo hizo imposible, dado que la no limitación de tiempo en las intervenciones del candidato y del Gobierno comportaba el peligro de que el debate se extendiera a ese día y no terminara el miércoles. Y la celebración se ha pospuesto al próximo día 28.
Cuando Santiago Carrillo y el Partido Comunista, que habían llevado el peso de la lucha contra el régimen y sufrido la mayor cuota de represión, el PSOE y toda la oposición aceptaron la bandera y la monarquía, aceptaron el resultado de la Guerra Civil; aceptaron la culpabilidad de ambas partes en lo sucedido; y aceptaron un borrón y cuenta nueva que abría las puertas a la esperanza. Y, desde el otro bando, los franquistas aceptaron renunciar a su victoria, aceptaron que el Ejército era el de todos los españoles y no el vencedor en la Guerra Civil, y aceptaron suicidarse votando el fin de la dictadura desde sus propias leyes.
Sin embargo, ahora, cuarenta años después, todas esas aceptaciones y renuncias se han olvidado, la cuenta sigue siendo la que cada España le pide a la otra, y el borrón continúa tiñendo de negro nuestra vida y nuestro futuro.