Cuarenta años de democracia: luces y sombras

Aquella jornada del 15 de junio de 1977 se produjo con la normalidad de una fecha que aún no sabía si iba a ser históricamente plausible o no

Cuarenta años encierran en un paréntesis sin duda histórico lo más denso y apasionante de una experiencia política en Europa, a través de la cual un país precedido de una dilatada dictadura lograba la libertad y la democracia sin disparar un tiro. La transición española, que enseguida se convirtió en un espejo para el resto del continente y se proyectó en el contexto internacional como una fórmula de laboratorio sin igual, es, cuarenta años después, objeto, aún, de un debate que no hace sino poner de manifiesto la relevancia de lo que supuso y supone todavía, como si la libertad y la democracia no se acabaran nunca de robustecer, sino que hubiera que consolidarlas y salvaguardarlas todos los días sin límite temporal. Aquella jornada del 15 de junio de 1977 se produjo con la normalidad de una fecha que aún no sabía si iba a ser históricamente plausible o no. Los temores no eran infundados. Muy pronto, en 1981, las Cortes elegidas democráticamente fueron asaltadas por Tejero y, durante horas, que los ciudadanos vivieron a través de los transistores y la televisión, se puso de manifiesto que España era aún un país estragado por las secuelas del franquismo y la impericia de los nuevos dirigentes. Solo la concatenación de episodios que eran producto de la audacia de Adolfo Suárez y la, sin duda, ascendencia militar y civil del rey, consiguieron abortar lo que pretendía ser un golpe de Estado que retornara al país a sus años de dictadura cavernícola.

Hoy, con la perspectiva que nos concede el tiempo transcurrido y los acontecimientos a los que hemos asistido, podemos seguir todavía admirándonos de los reflejos y la inteligencia política de aquella figura de la historia reciente de este país que fue Adolfo Suárez, cuya biografía, cimentada en las aguas del propio franquismo (fue ministro-secretario general del Movimiento), no permitía a priori albergar la esperanza de que fuera capaz de traer la democracia. Esta vino, al fin, de la mano de dos hombres que vencieron todos los obstáculos que se interpusieron contra ella: Suárez y el Rey.

En Canarias el feliz momento de la democracia de aquel 15 de junio se vivió bajo una ola de entusiasmo, pues en las islas se había ido fraguando una oposición democrática a través de jóvenes dirigentes que estaban llamados a grandes misiones para el futuro político y económico del Archipiélago. Aquella generación de profesores y líderes en la clandestinidad, como Jerónimo Saavedra, Luis Fajardo, Antonio Pérez Voituriez, Juan Alberto Martín, Pablo Ródenas, Juan Manuel García Ramos, César Rodríguez Placeres, entre muchos otros, y quienes, desde distintas profesiones y partidos, alentaban un mismo espíritu de pluralidad, como Alberto de Armas, Gilberto Alemán, Quintín Padrón, Juan Cas, Santiago Pérez, José Carlos Mauricio, Owsaldo Brito, Wladimiro Rodríguez Brito…, aunaron esfuerzos en una misma dirección desde múltiples ópticas ideológicas, haciendo posible el milagro democrático español. Buena parte de ellos contribuyeron directamente a inaugurar la autonomía en los años siguientes, e incluso participaron personalmente en la gestión de la Comunidad Autónoma al frente de gobiernos y otras instituciones. El cambio fue más drástico de lo que los reformistas pudieron sospechar, al lograr imponer sus tesis a los que abogaban por la ruptura y la vuelta a la República. Fue un salto casi en el vacío que llevó a la conformación de un Estado de las Autonomías más ambicioso que los restantes países de Europa. Todo quedó escrito y previsto en la Constitución de 1978, que, con sus aciertos y errores, marcó el camino que hemos recorrido durante estas cuatro décadas.
Hoy Canarias celebra este aniversario cuarentón sin ignorar la pesadumbre que producen los retrocesos innegables en la transparencia y calidad de nuestra democracia. La corrupción que deteriora el funcionamiento del sistema es uno de los grandes disgustos que emborronan un feliz aniversario. Junto a ella, el desafío soberanista catalán tira por tierra el ideal del Estado de las Autonomías. El espíritu democrático sobrevive, como prueba la aparición de nuevas fuerzas políticas y la, por suerte, inexistencia de organizaciones de ultraderecha como en el resto de Europa.

Es posible que la confrontación entre los partidos tradicionales y los de nuevo cuño esté alimentando un falso debate, pero no cabe duda de que, a la vista del destino que han seguido partidos históricos de izquierda y derecha en otras latitudes vecinas, nuestra democracia debe afrontar esta efeméride con criterio autocrítico, en aras de seguir siendo ejemplo ante Europa, con la misma sabiduría que los padres de la Transición dieron la vuelta al calcetín del país; con ella ahora cabe acertar en los próximos pasos que se den. En las Cortes, en los parlamentos autonómicos, en Cataluña y en Canarias. Vencer los demonios antidemocráticos de la corrupción y el abuso de poder debe inspirar esta vuelta de tuerca. ¡Jaque mate!

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