despuÉs del paréntesis

El cáncer

El poeta explicó que todos terminamos hartos de estar enfermos. Y recuerdo aquel soneto de Quevedo que dice: “Los muros de la fortaleza ceden como ceden los cuerpos”

El poeta explicó que todos terminamos hartos de estar enfermos. Y recuerdo aquel soneto de Quevedo que dice: “Los muros de la fortaleza ceden como ceden los cuerpos”. No es pesimista el autor; en todo caso realista, como realista fue Schopenhauer. Hartos de estar enfermos porque aún estamos vivos. Los mensajes de móvil repetían “parte médico de hoy”. El primero me hizo saltar de alegría: el enfermo tenía 5.500 leucocitos, cuando lo normal era que en un día solo duplicara la cantidad, es decir, de 1.500 a 3.000. Bien, bien. Con esa mejoría, vuelta al apartamento, fuera las mascarillas… Ocurrió.

La llamé. La mujer me dijo: “Al final del túnel siempre hay luz”. Hasta ahora repetía una imagen difusa, una especie de dibujo borroso que vive en noches sombrías y polvorientas enciclopedias. Tenía derecho. Lo había dejado todo para estar allí, con él, porque allí es donde quería permanecer. Merecemos lo que tenemos, no lo que dejamos escapar. Este es el caso.

Dos mensajes posteriores me emocionaron aún más. Estaba cansado, pero la sorprendió. En la mañana, trajinó en la cocina, preparó café y se lo llevó a la cama. Al día siguiente estaba cansado, pero volvió a trajinar en la cocina, preparó café, hizo unas tostadas, le añadió mermelada y le llevó a su chica el
desayuno a la cama.

El poeta remató el soneto así: “Esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Lope de Vega no solo fue un maestro del amor, fue un hombre que supo que solo las cosas que se “experimentan” existen, que hay cosas que son por la práctica y que nada más por la praxis pueden comunicarse. El amado le probó a la amada lo que existe sorbiendo café con leche junto a ella, sentado malamente en el lecho. El esfuerzo no es lo extraordinario; lo extraordinario es el movimiento, el recorrido, la aventura de asistir con el presente entre las manos hasta donde la mujer descansa para confirmárselo.

Algunas cosas se enuncian por el hálito que deja una certidumbre, aquella que una vez pronunció Borges: muchos hombres matan lo que quieren; pocos se dejan morir por lo que aman; esos son los imprescindibles. Que el poeta afirme que estamos hartos de estar enfermos es un arquetipo, letras que se repiten. Lo otro forma parte de la plenitud. Y la plenitud es instante, eso que, como el sabor del café, perdura. Son las cosas del vivir las que nos enseñan que lo que permanece subsiste.

Por eso ella no se resistió a que tres meses después su hombre desapareciera de este mundo comido por el cáncer.

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