al fin es lunes

Memorias de Eliseo Alberto

Me ha llegado a Miami una carta de una antigua amiga de una de las personas que mejor conoció a Eliseo Alberto

Me ha llegado a Miami una carta de una antigua amiga de una de las personas que mejor conoció a Eliseo Alberto. Ella conoció al gran escritor cubano que escribió la maravillosa novela que ayuda al título de esta sección (La eternidad por fin comienza un lunes) y me ha refrescado algunas cosas.

En primer lugar, conocí a Eliseo Alberto cerca del diario La Tarde, en un fumador de puros al que me llevó Carmelo Rivero. Entonces Eliseo Alberto, a quien Carmelo también llamaba Lichi, estaba barajando la posibilidad de quedarse a vivir en Tenerife. Carmelo no dirigía este periódico, ni ningún otro, y le dijo que por su parte sólo podía darle afecto, pero no empleo.

Y Lichi siguió su camino, a México, pues en Cuba, después de su autobiográfica Informe contra mí mismo, era persona despreciada. Por entonces yo no había leído libros de Lichi, que ya había sido bien premiado en España. Me convenció Carmelo, y desde entonces leí todo lo que escribió, hasta su muerte. El último que leí fue Esther en alguna parte, sobre la soledad de los viejos.

Lo he releído otra vez, pues ya no sólo soy viejo, sino que tengo una edad que no se puede decir. Creo que se ha reeditado recientemente en España y se puede conseguir también en Canarias. En Miami está en todas partes, porque la generación de Lichi, que es la de Carmelo, ha llegado al tiempo de buscar cobijo para su soledad, y un cubano solitario es más triste que un ron sin alcohol.

Pues esta amiga me escribió en realidad para pedirme la dirección de Carmelo. Parece que Lichi le dejó unos manuscritos, quizá unos poemas transcritos de su padre, Eliseo Diego, el gran poeta cuyo verso es, precisamente, el título de aquella novela, La eternidad por fin empieza un lunes. Antes de darle la dirección de Carmelo le pregunté a la mujer quién era. No me respondió, me dejó al albur. Y se lo dije a mi director. Él me dijo:

-Ah, ya sé quién es. Olvídate. Siempre va con ese cuento. Y la verdad es que ni siquiera me dejó manuscritos; a cambio yo sí le dejé uno, de Nicolás Estévanez. Pero ni de coña se lo voy a mandar.

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