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Catalanes ridículos

Tanto Roger Torrent como Ada Colau, respectivamente presidente del Parlamento catalán y alcaldesa de Barcelona, me parecen dos ceporros. No haber asistido al congreso de móviles, en cuya sede barcelonesa acudía a inaugurarlo el rey, me parece una estupidez. Sobre todo, porque van a tener que ver al rey en cuanto haya Gobierno en la desnortada Cataluña. Me recuerdan a aquel antimonárquico -anarquista y republicano-, en tiempos de don Alfonso XIII, que pegaba un sello con la cara del rey en una carta y le daba puñetazos al sello como para que se adhiriera mejor al sobre. Un compañero de oficina le dijo: “Sí, tú dale fuerte al rey, pero primero le lamiste el culo” (al mojar con la lengua el pegamento de la estampilla). Esto me lo contaba mi abuela, cuando alguien hacía lo mismo con un sello de Franco. Mi abuela, ya lo he contado, ejerció de espía en favor de los alemanes, trasladando desde Tenerife a la península material comprometido enviado por el cónsul alemán don Jacobo Ahlers, amigo de la familia, burlando el abordaje de los soldados ingleses en Gibraltar, en el barco español en el que viajaba a Cádiz. Y eso imprime carácter. Los catalanes no se cansan de hacer el pato y de ser el hazmerreír de toda Europa. Miren, si no, a Guardiola y a su lazo amarillo, que acabará escondiéndoselo en un huevo. No tenemos remedio cuando la cogemos meona con un símbolo. Yo creo que quien debería resucitar es Jon, el Cojo Manteca, que era el muso de los antisistema en la bendita Transición. El pobre murió de sida, no sé si lo cogió rompiendo farolas o pasándose por mimbre a quien fuera, sin las debidas precauciones. Rompiendo farolas no creo. Pobre cojo, que en gloria esté, a pesar de su destartalada existencia.

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