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“Cuando Tejero zarandeó a Gutiérrez Mellado, sentí que me lo hacía también a mí y sufrí al no poder ayudarle”

No olvidará la indeleble huella, el instante que prevalece en la historia, la del forcejeo ante el burdo golpista, aquel del ¡se sienten, coño!
José Manuel García Rodríguez, vecino de El Toscal. Fran Pallero

No olvidará la indeleble huella, el instante que prevalece en la historia, la del forcejeo ante el burdo golpista, aquel del ¡se sienten, coño!, que pistola en mano, un 23 de febrero, como hoy, de 1981, presintió su fracaso al no poder doblegar la dignidad íntegra de quien durante más de un año fue uno más de su familia. José Manuel García Rodríguez, químico y vecino de El Toscal, recuerda el paso firme de Manuel Gutiérrez Mellado cuando se acercaba a la cocina para hablar con su abuela, el tiempo que pasaba en el salón de la casa antes y tras la hora de la comida, cuando le venía a buscar su asistente para llevarlo a Capitanía. El militar se alojaba como huésped en la casa de su abuela, que prestó este servicio en contadas ocasiones.

-¿Cómo era en el trato habitual con ustedes?

“Siempre fue correcto y afectuoso. Mi abuela, Florencia Rodríguez, era de La Laguna y se quedó viuda con dos hijas. Ellas se trasladaron a Santa Cruz y alquilaron una casa que pertenecía a doña Mercedes Bonnet, en la calle de La Rosa, esquina con San Vicente Ferrer, que entonces llevaba el número 37. Era un inmueble sólido, de dos plantas, con más de 200 metros cuadrados. Tenía un gran patio y hermosa azotea desde la que se veía, sin obstáculos, el mar y los barcos. Mi abuela y sus hijas se ganaban la vida lavando y planchando ropa. Trabajaban principalmente para Trasmediterránea, a través de Aucona, y por eso en casa siempre había ropa que ellas tendían en lo alto. La azotea era como un mar de velas, siempre blancas, por las sábanas de los barcos. Muy ocasionalmente se alquilaba alguna habitación a personas que estaban una temporada como huéspedes, y así llegó a casa don Manuel

-¿Vino recomendado?

“Pienso que tuvo que ser así, pues como huéspedes solo recuerdo a don Manuel y al músico Evaristo Iceta, que fue director de la Banda Municipal y que también estuvo con nosotros un corto tiempo. A uno y otro lo recomendó don José Víctor López de Vergara, mi padrino, que era un hombre de mucho prestigio en la política. En las elecciones de la II República fue el candidato más votado de la coalición centro-derecha y era secretario del Cabildo. Don Manuel estuvo en nuestra casa entre los años 1942 y 1943”.

-¿Cómo lo recuerda?

“Era un hombre noble y cariñoso; hablaba mucho con mi abuela. Se levantaba temprano y lo venía a recoger su asistente, en un jeep, para llevarlo a Capitanía. Me parece verle salir con el fajín amarillo, de capitán del Estado Mayor, que se ponía en las ocasiones de gala. Era respetuoso y procuraba pasar desapercibido. Antes de salir a su despacho solía preguntarle a mi abuela qué teníamos de comer, y según lo que respondiera decidía venir al almuerzo o no. Recuerdo que le gustaba mucho la tortilla de plátanos que hacia mi abuela; estaba riquísima y no he encontrado nada igual. Solía hablar algunas veces conmigo. Me decía que estudiara para tener un mejor futuro; pienso que le recordaba a su hijo. Con mi mentalidad de niño, permanecía ajeno a los problemas de los mayores. Presumía ante los amigos de juegos de tener a una persona importante en mi casa, que ellos llegaban a ver cuando aparcaba el coche militar y de él salía o entraba aquel señor, que yo les decía que era un militar importante. Al paso de los años vas comprendiendo muchas cosas de las que permanecía ajeno gracias a la inocencia. Pasabas de puntillas ante una realidad que era dura. Fueron años de mucha estrechez: estábamos sujetos a las cartillas de racionamiento, que se mantuvieron hasta 1952. Sé que en algunas ocasiones, antes de salir, le pedía permiso a mi abuela para ver si podía traer algún invitado a comer. Cuando llegaban, se sentaban tranquilamente; luego, en el salón, seguían de sobremesa, fumando y hablando sin que nadie les molestara. En esos casos, mis padres me decían que no hiciera ruido, que me fuera a mi cuarto o a jugar en la calle con los amigos. Entre los que le acompañaban con más frecuencia estaba otro militar, Luciano García Machiñena, que llegó a ser teniente general y estuvo sin moverse de Tenerife durante más de 40 años”.

-¿Cree que Tenerife ocupó un lugar importante en su vida?

“Mis padres aseguraban que le veían feliz en la Isla, aunque, como es lógico, se daban cuenta de que añoraba no tener a su lado a la familia. Ya entonces tenía un hijo y, como es natural, lo echaba de menos. Contaban que en el viaje que hizo a su casa en las vacaciones de verano, que fue en barco, quiso llevar una piña de plátanos y mi padre se encargó de buscarla. Creo que la consiguió en un empaquetado de aquí cerca, pues en esos años estaban las fincas de Fumero, de Ventoso y otras, en la zona que hoy es Residencial Anaga y antes era todo plataneras. Él se encargó de que se la prepararan y don Manuel la llevó personalmente al muelle. Cuando regresó, contaba que todo el trayecto la estuvo custodiando, en especial durante el viaje en tren de Cádiz a Madrid. Contaba que se paseaba por el pasillo, pistola al cinto, pues la piña despertaba la curiosidad de los viajeros. Eran años de mucha hambre y temía que se la robaran. Por nuestra casa pasaban amigos y gentes de la familia; en alguna ocasión me acuerdo verlo jugar con ellos al ajedrez y disfrutar escuchándolos cantar los temas nuestros. Mario García, hermano de mi padre, fue fundador de Los Huaracheros junto a Diego García Cabrera, Antonio Hernández y Antonio González Santamaría. Mi tía Ana estuvo en la Sección Femenina, con Amelia Pastor. Pienso que dentro de las limitaciones de esos años, en nuestra casa pasamos momentos muy felices”.

-¿Mantuvieron el contacto una vez regresó a Madrid?

“Durante un tiempo recibíamos su felicitación de Navidad y tanto en nosotros como en él y en su familia quedó para siempre el buen recuerdo del tiempo compartido. Tenerife no fue un lugar ajeno en su vida. Yo continué mis estudios en San Ildefonso, donde coincidí con Luis Mardones, que también era del Toscal. Luego hice la carrera de Químicas en La Laguna y cuando terminé me puse a dar clases particulares hasta que pude obtener una plaza como analista en el Centro de Inseminación y de Mejora Ganadera, en La Cuesta, del que era entonces jefe Leonardo Ardoiz Bejarano, y contábamos como compañero con Víctor Conde, un gran veterinario. Allí estuve trabajando hasta que pasamos al Gobierno de Canarias y nos trasladaron a Tejina, a la Finca El Pico, del ICIA, donde tuve unos compañeros magníficos y donde me jubilé”.

-¿Seguían la trayectoria militar y gubernativa del recordado huésped?

“Mi tía Ana lo pudo saludar en uno de los viajes que la Sección Femenina hizo a Madrid. Yo lo visité luego, aprovechando una escala que hice años después. Ya había terminado la carrera y recuerdo que en esa época don Manuel había optado por ocupar un destino civil, como gerente en diversas empresas. Tenía cuatro hijos y en esos años solicitó el pase a la situación de supernumerario en el Ejército. Acudí a su domicilio y me recibió su esposa, Carmen Blanco; lo llamo para decirle que estaba esperándole y él vino de inmediato y se alegró mucho de verme. Pude comprobar que guardaba un recuerdo especial de nosotros y de la Isla”.

-¿Lo saludó cuando vino en 1983?

“Habían pasado los años y en casa siempre le recordábamos con afecto. Mis padres lo mencionaban; seguían su carrera profesional y se alegraban de sus progresos. Leían todo lo que se decía de él, y les impresionaba su entereza ante los años duros que le tocó vivir, impulsando la transformación de las Fuerzas Armadas. Nos llenó de satisfacción saber que presentaba en Tenerife el libro Un soldado de España, que recoge las conversaciones que tuvo con el periodista Jesús Picatoste. Asistí al acto con mi padre y cuando terminó nos acercamos a él. Estaba firmando ejemplares y se emocionó al vernos. Se acordaba perfectamente de todos nosotros, en especial de mi abuela. También estaban en el acto otros amigos suyos, personas con las que aquí había compartido trabajos y aficiones: José Yanes, que era sargento cuando tuvo despacho en Capitanía; José Contreras, que fue su asistente; el abogado y político Andrés Orozco, con el que jugaba al ajedrez en el Casino de Tenerife…”.

-El 23-F fue hace 37 años. ¿Qué sintió cuando vio su forcejeó con Tejero?

“Esa es una imagen que ninguno puede ni debe olvidar. Yo lo percibí como algo propio. Cuando Tejero zarandeó a Gutiérrez Mellado, sentí que me lo hacía también a mí y sufrí al no poder ayudarle. De inmediato me llené de orgullo por verlo firme, inflexible ante el atropello, que supo llevar con insuperable dignidad. Don Manuel había venido antes a Tenerife. En 1978 asistió a unas maniobras militares que se hicieron en Lanzarote. Fue en fechas próximas al Carnaval. La histórica fecha de la legalización del PC lo cogió de visita a Tenerife, en un día de mucha lluvia”.

José Manuel presume de toscalero. Disfruta contando anécdotas, retazos históricos de la ciudad que un día dedicó una plaza y un puente al general Gutiérrez Mellado. Con Ana Florido, su esposa, recorre cada mañana el barrio y hace escala en las terrazas y cafeterías para leer la prensa y charlar con los amigos.

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