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El diente de Andresito

Debe ser que mi madre lo guardaba todo porque el otro día, revolviendo en el archivo, me encontré un sobre que ponía por fuera: “Diente de leche de Andresito”. Andresito soy yo, pero el 1 de enero de 1955, a la tiernísima edad de siete años. Hasta eso, un diente, lo han guardado mis padres, que me dejaron en herencia una serie de cachivaches de enorme valor sentimental, pero cero en euros. No sé a quién puede interesarle mi diente de leche, pero como ahora todo se compra y se vende por el internet, sepan ustedes que el puto diente está en venta. Pongan ustedes mismos el precio, aunque soy consciente de que significo tan poco en este perro mundo que no dispongo de fetichistas conocidos y el diente me da que se va a quedar en casa para los restos, en el mismo sobre en que lo metió mi madre -la letra es de ella-, tras mi padre darle un definitivo tirón porque ya estaba saliendo el otro por detrás del arrancado. Y como no tenía nada que contarles, porque estoy hasta los huevos del asunto catalán, pues les traigo a colación el diente de Andresito, hallado en el archivo junto a un puñado de fotos de cuatro por seis y medio realmente interesantes: Andresito con el camión de madera, Andresito en Tacoronte, la casa de mi abuelo, Andresito con su hermano el segundo, Andresito con su hermano el tercero, que hoy está sordo como una tapia de oír al guitarrista Santana, y así sucesivamente. Es curioso con lo poco que soy capaz de escribir un artículo: con el puto diente de Andresito, que ahora mismo voy a lanzar por la ventana, porque ya me dirán ustedes para qué quiero yo ese absolutamente inútil recuerdo de la infancia. Y eso.

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