por qué no me callo

Los pactos de la Moncloa canarios

La entrevista de María Fresno a Miguel Sebastián, ayer en DIARIO DE AVISOS, es para enmarcar. El exministro y economista, lúcido y acerado (garante de sí mismo, el político retirado se vuelve gente y dice verdades como puños), da un tirón de orejas al grueso de la política y no salva ni a su partido ni a Zapatero que lo puso, por no oler la crisis ni hacer las reformas pertinentes o impertinentes a su debido tiempo. Hoy, la política española y canaria -tanto monta, monta tanto- está exigiendo una terapia de choque (un electroshock, por barbárico que suene, contra un estado catatónico en las instancias administrativas de turno), con la cirugía correspondiente y algún que otro trasplante de extremidades obsoletas que impiden que este país avance. Dice Sebastián, ex de Industria: “Ahora me pregunto si no fue un error entrar en el euro”. Recuerda que Boyer (mirando a los otros) lo decía: “Si no entran Reino Unido y Dinamarca, habrá que preguntarse por qué”. A España le pudo la chulería, pues, según Sebastián, era motivo de orgullo. Euro, ergo Europa.

En términos psicológicos, abrazar el euro (a Solbes le amargaban el café con el redondeo) equivalía a entrar de verdad en el club de los mercaderes, era la alegoría de la Europa de Miterrand y Delors; lo contrario exigía tener la flema inglesa y los collons que ya no tienen ni los catalanes, que por no tener no tienen ni autonomía, con los héroes caídos en Estremera o Waterloo. Por eso, porque España entró acomplejada en Europa, no le puso un pero al euro y aunque ya lo calzamos a la medida no obsta para reprocharle al gobernante su cachaza reformista. Euro, sí, pero sin reformas, no.

Sebastián nos da de lleno donde más nos duele a los canarios, que hoy nos retratamos en el Parlamento y ayer nos enfrentamos al espejo de la transparencia y nos devolvió la imagen fosca de la corrupción, que es el karma, el nudo sinfín en que se reencarna la clase política como una condena bíblica. Vista la trivialidad parlamentaria últimamente, cuánto bien hará a sus señorías leer y releer las recetas y diatribas del hoy nada sospechoso Miguel Sebastián. El ministro de las bombillas de bajo consumo enciende en esas declaraciones en el DIARIO luces contra la ceguera de los bolígrafos. A su juicio, hay falta de calidad institucional -falta de ignorancia, que decía Cantinflas sin haber pisado nuestra Cámara-, pues la clase política es reacia a hacer reformas y da largas. ¿Es concebible que en Canarias no haya ni una sola reforma en marcha? ¿Acaso va todo bien? ¿Alcanzamos ya el Nirvana confundiéndolo con Nivaria?

En el 77, en apenas unos meses, se hicieron los Pactos de la Moncloa, la Constitución y las elecciones. Suárez contó con una oposición que tenía el reloj en hora. Ahora, en cambio, se teme a las urnas, y por eso las políticas sobre el paro, los bajísimos salarios, las pensiones inherentes al envejecimiento poblacional, la dependencia energética, la declinación industrial, el retraso productivo, el fracaso de modelo educativo y el caos sanitario no se mueven ni un ápice en el más absoluto inmovilismo impropio de una sociedad que pretende progresar. Es la baja calidad institucional, el percal de los políticos que padecemos. El foso de este país no puede ser un archipiélago que acumula farolillos rojos en las estadísticas oficiales, sino la pésima formación, aptitud y cualidad moral de sus dirigentes. Estamos por los suelos porque nos mandan los peores, nos rigen los mediocres y los buenos están en sus cuarteles de invierno. Enrique Fuentes Quintana, que fue el ministro de Suárez de los pactos de la Moncloa, me dijo una vez que los economistas se entienden mejor que los políticos, y Sebastián lo acaba de repetir. Que los economistas canarios tomen las riendas de los pactos que las islas necesitan y que a los políticos les da vergüenza siquiera mencionar. A ver.

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