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Andrea Chénier

Con motivo de la detención en Alemania de Carles Puigdemont y de la entrada en prisión preventiva de cinco líderes independentistas catalanes, se ha producido en Barcelona un hecho muy revelador que pocos medios han publicado: en el Liceo, al final de una función de ópera

Con motivo de la detención en Alemania de Carles Puigdemont y de la entrada en prisión preventiva de cinco líderes independentistas catalanes, se ha producido en Barcelona un hecho muy revelador que pocos medios han publicado: en el Liceo, al final de una función de ópera, la mayoría de los asistentes puestos en pie han reclamado a gritos y palmadas la libertad para todos los encarcelados. Las imágenes muestran que algunos graban con sus móviles o recogen sus pertenencias, pero no se ve a nadie salir y la inmensa mayoría participa en la protesta. Incluso, en un palco de uno de los pisos superiores alguien cuelga una estelada y se oyen aplausos. La obra que se acababa de representar era Andrea Chénier, la ópera que Giordano compuso sobre la vida -y la muerte- de André Chénier, el poeta francés guillotinado por el Terror revolucionario por “crímenes contra el Estado”, según las Actas del Tribunal; y es probable que muchos establecieran paralelismos.

El Liceo ha sido siempre una sede principal del catalanismo cultural -y político- de la burguesía catalana. Una burguesía conformada en torno a la industria ligera textil, que apostó por la lengua y el nacionalismo para presionar a Madrid y asegurarse el proteccionismo comercial y la reserva del mercado español. En sus antepalcos, que antes del incendio eran de propiedad privada, se han concluido infinidad de negocios, acuerdos comerciales y pactos políticos. Así, la política española desde el siglo XIX se hizo desde tres centros de poder, que pactan entre sí: la burguesía catalana; la vasca, de la industria pesada de los altos hornos, que también apuesta por el nacionalismo; y la madrileña con la Corona, que controla el Ejército, la Hacienda y la burocracia y el aparato del Estado. Es un esquema que funcionó en parte con la autonomía y el pujolismo, hasta que la corrupción y la crisis final de Convergència i Unió lo hacen inviable, pero que, aún hoy, permite a Jordi Pujol y su familia disfrutar de un trato judicial privilegiado.

El trágico problema para ambas burguesías -y para España- es que han perdido el control del nacionalismo y el independentismo, y han caído en manos de radicales antisistema, de abertzales y etarras, de la CUP y otros similares. Y en Cataluña estos radicales han impuesto sus tesis y han conducido al independentismo a un desastre sin remedio, haciendo bueno el principio de que los nacionalistas son los peores enemigos de sus propios pueblos. Acostumbrados al incumplimiento sistemático e impune de la Constitución y de las sentencias de los tribunales ante la pasividad de Madrid, necesitado de pactar con ellos, ahora, con un Gobierno en minoría, con los socialistas radicalizados y Podemos campando por sus respetos, no se esperaban la dura reacción del Estado y los jueces, y andan absolutamente perdidos, enredados en sus propias contradicciones y dando vueltas a la misma noria una y otra vez, de ocurrencia en ocurrencia.
La solución estaría en que la burguesía catalana lograra recuperar el seny del catalanismo pactista del XIX, pero el radicalismo no se lo va a permitir. Todavía les queda la ópera, pero, encima, a los antisistema no les gusta y no van al Liceo.

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