por quÉ no me callo

La guerra del petróleo en Canarias

La llamada guerra del petróleo, que no fue tal, enfrentó a dos bandos, que no tenían en realidad tamaña consideración, y tuvo víctimas y victimarios, eso sí, como en toda contienda

La llamada guerra del petróleo, que no fue tal, enfrentó a dos bandos, que no tenían en realidad tamaña consideración, y tuvo víctimas y victimarios, eso sí, como en toda contienda. Pero la sangre, o sea el petróleo, no llegó nunca al río. Repsol, en una capitulación inesperada, anunció en enero de 2015, lacónicamente, que abandonaba el campo de batalla y se retiraba a sus cuarteles de invierno. A los yacimientos de Alaska o sitios por el estilo (en realidad, enviaron a Angola a su famoso Rowan Renaissance, antes del gran hallazgo en la mina yanqui). No corrían tiempos de bonanza, pues estamos hablando de los años terminales de la crisis (la gran manifestación de las ocho islas, Canarias, una sola voz, fue en junio de 2014), y existe la impresión de que en la multinacional española pesaron razones económicas, como luego contaré, que aconsejaban tener la fiesta en paz.

¿Quién ganó aquella guerra: el Gobierno de Paulino Rivero (Coalición Canaria) o el Gobierno de Brufau (Repsol) en vísperas electorales? Esta pregunta me la formularon ayer dos estudiantes, iraní y española, que realizan una investigación sobre el modus operandi de las multinacionales cuando acuden a cualquier territorio a explotar sus recursos mineros. Canarias
-según todas sus pesquisas- constituye una excepción, pues aquí la multinacional levantó vuelo sin consumar sus propósitos (apenas encontró trazas de gas sin valor, alegó con escasa convicción). Antonio Brufau, el todopoderoso jeque de la petrolera española, había jugado a político en la crisis energética canaria, cuando el verdadero político de Repsol es su CEO, Josu Jon Imaz, antiguo líder emergente del PNV que iba camino de lendakari y cambió el combustible del nacionalismo por el combustile fósil.

Brufau y Paulino Rivero eran dos gallos de pelea, y ninguno de los dos daba el brazo a torcer. Pero Brufau tenía todas las de perder, porque -como expliqué a Roya Derakhshan y Beatriz Fernández Martínez- vino a librar aquel pulso a una tierra que siente un gran aprecio por su naturaleza y cuenta entre sus mayores referentes al mejor portavoz de esa conciencia colectiva: César Manrique. Para más inri, el foco de la intifada del petróleo era la dupla insular de Lanzarote y Fuerteventura, lo que venía a significar una provocación contra la memoria del ecologista que mejor interpretó las bondades de la tierra, el mar y el cielo de estas islas. Brufau llamó, el año pasado, “tercermundistas” a los canarios por no haberle facilitado la labor cuando irrumpió con armas y bagajes -y campañas publicitarias y dádivas para ganar las voluntades de la jerarquía local- en unas islas turísticas, que se revolvieron en la calle por temor a una marea negra.

Las alumnas, que ultiman sus estudios de Ingeniería Química y Project Management en Madrid y Milán, quisieron saber todas las claves de aquella confrontación. Hay dos, a mi juicio, que resultaron determinantes en el desenlace que tuvieron los acontecimientos. Antes de enumerarlas, creo conveniente recordar que el presidente canario no contaba con el respaldo de toda la cúpula de su organización, y que justamente en el curso de ese fuego amigo se curtió la alternacia que lo apartó de la siguiente carrera electoral. Pero Repsol se marchó de las Islas sin su petróleo por el derrumbe del precio del barril de crudo Brent (que bajó de 50 a menos de 30 dólares y desató un pánico mundial en el sector) que aconsejó las desinversiones propias de un crash, y porque Brufau -declarado en 2017 persona non grata por el Parlamento canario- generó con su torpeza un problema político en Canarias: levantó la ira de las Islas contra una multinacional, el mejor caldo de cultivo de todo nacionalismo, cuando se empecinó en meter a los canarios las prospecciones por los ojos repartiendo a los periodistas queso majorero y vino conejero como si fueran indios.

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