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Reciprocidad y certezas

A veces la Unión Europea hace cosas sensatas. En estos días ha rechazado legislar sobre “noticias falsas”, o sea, sobre la verdad

A veces la Unión Europea hace cosas sensatas. En estos días ha rechazado legislar sobre “noticias falsas”, o sea, sobre la verdad. Problema metafísico y deriva orweliana, donde no parece que esté llamada la administración a legislar. Nos encontraríamos con las leyes resolviendo el problema de precisar tanto la veracidad de lo falso, como la falsedad de lo verdadero, en un mundo donde la verdad está demolida. Tan es así, que el propio Diccionario de la Lengua Española ha tardado más de un año para definir la posverdad, donde se distorsiona la realidad manipulando las emociones, para condicionar opciones sociales o políticas. Socialmente se está en el postureo, cuando se adoptan costumbres o acciones con el fin de aparentar. En un mundo de verdades líquidas, capaces de adaptarse al recipiente que las contenga. Con el relativismo moral nos alejamos de las certezas, porque las sostenemos en los valores que vemos licuar.

En la sociedad del conocimiento la eclosión de datos nos aleja de la realidad. La bigdata esconde la trampa de confundir cantidad con cualidad, sosteniendo que el rigor estadístico permite conocer situaciones complejas y adoptar decisiones correctas a partir de la inflación de información De igual forma se mantiene la teoría del efecto de las redes sociales sobre las decisiones políticas, convirtiéndolas en factor electoral decisivo, al margen de las decisiones individuales. El mismo marketing comercial es un juego socialmente aceptado de posverdad, donde se distorsiona la realidad apelando a nuestros deseos, consumimos compulsivamente.

Aquí aparecería el núcleo del problema, en la tensión entre seguridad y libertad, donde la primera estaría ganando la batalla. Se alientan las tensiones nacionalistas, de idioma, género, raza, religiones o parareligiones, economía, mercados. Que se instrumentalizan recortando el marco de los derechos públicos básicos. De esta manera montamos una sociedad donde la gente es incapaz de sobrevivir, está sobreprotegida, clamando a cada paso por más intervención del Estado, que sigue invadiendo nuestras libertades. Las actuales guerras de internet se libran en el campo de aumentar las seguridades fiscales, de información y políticas y restringiendo en paralelo las libertades individuales. Los populismos aparecen como respuesta fácil a problemas complejos, en ámbitos sociales con dificultades de incorporarse a la globalización. Hemos avanzado en occidente con la ciencia, que se sostiene en el principio de prueba y error. Nada es cierto hasta que se comprueba que es falso. Nos dice a su vez la falabilidad que las certezas tienen campos de aplicación determinados. La ciencia nos empuja hacia el futuro y queremos retornar al pasado. Pretende el sistema político suprimir el error y legislar la verdad, contra el sentido propio de la ciencia. En política a veces sólo se avanza cuando se rectifica. Por ello debemos acercarnos a las certezas, que suelen funcionar mejor en ámbitos de reciprocidad, esto es igualdad entre las partes contrarias del conflicto. Ya en el siglo XIX nos decía Engels, nada sospechoso de liberal y en pleno proceso de cambio hacia la era industrial, que “la capacidad de inversión tecnológica y de invención humana hacen ilimitado el progreso y, por lo tanto, el desarrollo empresarial”.

En la actual era del conocimiento, cobraría renovada actualidad esta tesis en el bicentenario del nacimiento de Marx, que estamos celebrando.

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