superconfidencial

La edad

Una de las desventajas de mi edad provecta es el nivel de preocupación que siento por asuntos triviales

Una de las desventajas de mi edad provecta es el nivel de preocupación que siento por asuntos triviales. Me quita el sueño cualquier tontería, le doy demasiadas vueltas a las cosas y el sosiego que tendría que ser inherente a los años se torna en todo lo contrario. Y esto me preocupa. El hecho mismo de seguir escribiendo cada día me mortifica. Lamento no poder ser más sincero porque no me apetece revelar confidencias a los lectores, al menos no más de las necesarias. Quizá por el hecho de dormir poco tengo más tiempo para pensar, yo, que no me considero precisamente un pensador. Una vez, una amiga íntima me dijo, bañándonos los dos en una gran piscina del sur, hoy rodeada de hoteles, que yo era un liberal controlado. Y puede que tuviera razón; y hasta más controlado que liberal. Perdonen que hable de mí, pero son las cinco de la madrugada y el desvelo tradicional se me ha acentuado esta mañana sólo por el hecho de que, dentro de unas horas, tengo que coger el coche e ir a Santa Cruz, abandonando mi refugio portuense, para resolver un asunto administrativo; y esto me turba y mi perturba porque he adoptado como propia la rutina y el destierro, por otra parte muy agradable, incluso estando el Puerto, como está, tan atiborrado de agentes inmobiliarios y pizzeros italianos, de jubiletas internacionales y de niñatos de fin de curso. Tengo amigos que sostienen, no sin razón, que me he convertido en un viejo carrucho y huraño, términos que incluso podrían ser redundantes. Quizá me venga bien una perra de vino y un bistec en El Pole para quitarme la tontería de encima, pero es que ya tampoco la peña me llama. Y esta maleducada indiferencia sí que me parece terrible.

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