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El huevo del señor marqués

Siendo yo un joven reportero de La Tarde, bendito vespertino, el director me mandó al Club Náutico a cubrir una de las hazañas deportivas del marqués de Villaverde. El yernísimo de Franco usaba una especie de paracaídas, tirado por una motora, deporte acuático que luego se ha hecho muy popular. Pero el marqués aterrizaba en tierra, una vez que se zafaba de los arneses que lo aseguraban, lanzándose libremente desde cierta altura. Las señoras del Náutico, entonces haraganas que sólo iban allí a bañarse y a mover el bistec, porque no daban golpe, se arremolinaban en torno al hijo de los condes de Argillo, que era un tipo atractivo, sin duda, quizá para verlo de cerca y no sólo desde el balcón del ¡Hola! Vino aquí invitado por su compañero de profesión y de estudios, el doctor Augusto Méndez de Lugo, caballero de noble cuna isleña. Con tan mala fortuna de que, al tomar tierra, tras su novedosa hazaña paracaidística, al marqués se le salió un huevo del bañador y nadie se lo advertía. Las señoras miraban el butragueño con disimulo y echaban risitas, pero naturalmente no le señalaban a don Cristóbal el desaliño; no era cuestión de significarse. Me vi en la obligación: “Señor marqués”, dije discretamente, “se le ha salido a usted un huevo”. El hombre, con toda la calma del mundo, corrigió la posición del escroto y ocultó la vergüenza; luego me dio las gracias y una explicación poco científica sobre su descuido: parece que el traje de baño era prestado y le quedaba algo holgado de paquete. El marqués de Villaverde era un tipo singular y sus hijos e hijas lo son también. Excepto Francis, un furtivo que escribió un libro sobre su abuelo que yo leí, han dado pocos o ningún escándalo; ni a los varones, que yo sepa, se les han salido más huevos del nido.

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