tribuna

El PP es ahora el partido de Pablo

En abril de 2016, Alberto Ruiz-Gallardón tuvo una premoción: “El sucesor de Mariano Rajoy será Pablo Casado”. No lo decía el exministro de Justicia y exalcalde de Madrid por decir algo. Lo dijo muy serio y convencido, y los demás comensales que le escuchábamos en el comedor de la terraza del Hotel Mencey nos quedamos en silencio, esperando alguna otra revelación. Era el período de interinidad en que Rajoy no conseguía atar la investidura por el obstinado “no es no” de Sánchez que marcaría para siempre el destino político de ambos, pues Sánchez fue expulsado a los infiernos del PSOE y logró burlar al barquero de Hades y regresar a Ferraz, pero Rajoy terminó sus días, recientemente, fruto del retorno de su adversario, que se convirtió en el actual presidente. La política es un galimatías como este, en el que los sucesos y los sucesores suelen contradecir todas las cábalas establecidas. Adivinar que Sánchez jubilaría a Rajoy dos años más tarde de aquel almuerzo y que en el seno del PP se abriría un proceso de primarias en el que la todopoderosa vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría resultaría desplazada por el joven vicesecretario de Comunicación descubierto por Aznar, no era sensatamente posible. Gallardón no previno todos los extremos de la encrucijada, pero sabía que Rajoy estaba próximo al desenlace de su carrera y no dudó en que el delfín sería el veterano novicio del PP, que había conseguido aunar las dos almas del partido, la de Aznar y la de Rajoy.

Anoche, una vez despejada la incógnita, el PP, el Partido de Pablo, se recuperaba del sorpasso del niño aventajado que había desafiado la ley de la gravedad entre Soraya y Cospedal. De la noche a la mañana, la política española es un templete con columnas de un Pedro, dos Pablos y un Alberto. Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera guardan similitudes generacionales que macronizan a este país en una suerte de duelo de clones. Faltan cariátides en la primera fila de esa acrópolis, como Arrimadas, Cospedal, Lastra o Irene Montero. Pero la evidencia, desde este fin de semana, de que una etapa terminó y comienza un ciclo remozado de líderes de nuevo cuño y edades parejas salta a la vista. La despedida de Rajoy, en el Congreso de la circuncisión, hacía presagiar el salto generacional que se le venía encima al PP, un partido entrado en años con recelos de juventud. Así que Gallardón lo vio venir. Casado es buen orador y tiene obstáculos de sobra por delante. Si Sánchez reúne todas las elecciones en una y convoca urnas en mayo, España será un espectáculo político europeo de primera magnitud. Ahora es un país bajo el foco por las cintas de Corinna que amenazan estremecer los cimientos monárquicos del Estado. Pero el rey, que tiene 50 años, es el más viejo de todos. Pues Pedro Sánchez tiene 46; Pablo Iglesias, 40; Albert Rivera, 38, y Pablo Casado, 37. El pibe es el del PP, donde los votos tienen la media de edad más elevada.

Desde el 11-M, España perdió el miedo al tedio. Y no hay día en que no nos sorprenda un acontecimiento político o social que nos depare la alarma correspondiente. Citábamos las grabaciones de la amiga entrañable del rey emérito, suficiente carga explosiva para mantenernos en vilo durante las vacaciones y la rentrée política que conduzca a las elecciones dentro de diez meses.

El paraíso no existe. Este país vive cómodo en el infierno, asistido de odios cervales y venganzas protervas. La política es ese lodazal, la macabra política no conoce paños calientes. Pablo Casado acaba de entrar en el comedor de las vísceras. El PP se enfrasca en la batalla sin cuartel con Ciudadanos y el PSOE, empitonado por las encuestas que le dan mal. En todas las latitudes del Estado se ha abierto una cacería por el voto de centro, y las islas no son ajenas a esa confrontación.
El mismo día y casi a la misma hora, el candidato de CC, Fernando Clavijo, acaba de asomar la cabeza. El nuevo estado de cosas no invita a la relajación. Es probable que el resto de formaciones comience a activar la maquinaria de candidatos para no quedar rezagados en esta maratón de diez meses. Quedamos a la espera de conocer los carteles de todas las siglas. Pero el patio está revuelto. La agitada política no se toma un minuto de descanso. Pablo Casado excita el panorama preelectoral y apaga las nominaciones de Clavijo y de quienes se aireen a estas horas. La novelería del canario la estimula la tele. Esta es la cuestión. Cada cromo nacional tiene su cuarto de hora catódico. Los partidos locales, preteridos por los medios de ámbito nacional, confunden su norte si persisten en las viejas costumbres convencionales. Esta vez concurren más fuerzas que nunca, seguramente bajo una nueva ley electoral imprevisible, y no es remota la posibilidad de que en mayo el tanque del PSOE esté al límite de combustible y las elecciones, por primera vez, se unifiquen en el casino y los partidos se lo jueguen todo a una sola apuesta.

Este país merece una pausa, un alto el fuego, una tregua. Pero ahora que los disparos de la Gesta de Nelson resuenan en la ciudad como una recreación teatral de un tiempo de guerra, es inevitable girar la vista hacia La Laguna, donde hay una continua invocación al drama político en esencia. No hay municipio que contenga tantos elementos beligerantes y conflagrativos en la política española ahora mismo como la arcadia de CC en Aguere. Genuinamente, es un clásico de todos los escenarios políticos de las islas. Lo que acontezca en la Laguna en los próximos días tendrá una repercusión directa en los meses y años venideros en toda Canarias. Como el epicentro de todos los sismos, su poder de influencia reside en su capacidad de irradiar toda su fuerza telúrica. Si la censura se consuma, estaremos en otra representación radicalmente nueva. Cambia toda la tramoya de la política tinerfeña y autonómica de un modo inédito. Si se aborta, por enésima vez, el asalto de la oposición, el que resiste gana. Pablo Casado habrá oído hablar de La Laguna y tendrá noticias de su potencial imaginativo. No ha dejado de surtir escándalos de toda calaña. Y es sintomático que el día que irrumpe Casado, hasta en La Laguna se pregunten qué va a pasar.

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