por qué no me callo

El ‘trumputismo’

El trumputismo define bien lo que está sucediendo a nuestro alrededor de un tiempo a esta parte. El trumpuntismo es la síntesis de la hipocresía general que preside la política en sus asuntos más domésticos y domina la escena del desagüe internacional. ¿Quién, en su sano juicio, acierta a comprender el cariz de los grandes acontecimientos, la distinta visión de los asuntos de Estado del mundo en cada polo donde se erigen las grandes potencias? ¿Y quién, en menor escala, en España, en estas islas, se encuentra en condiciones de interpretar, con ciertas garantías de coherencia, los movimientos habituales de nuestra clase política tan variable y, en especial, de la que se retroalimenta en el poder? La política mutante se ha impuesto a todos los cánones anteriores. Pensar lo contrario de lo que se opinó ayer ha dejado de ser una extravagancia. Nada es, ni ha de ser -para el nuevo dogma de la moderna frivolidad política vigente- inamovible, no ya líquido, como se ha dicho hasta la saciedad desde que se le ocurrió al polaco Zygmunt Bauman, sino torrencialmente contrapuesto y contradictorio, disruptivo y cínico, voluble y disímil hasta lo irreconocible. Estamos, de ser así -y me temo que lo es- ante una degeneración irreversible de los principios éticos del modelo de convivencia clásico y de gobierno que nos habíamos dado tras la Segunda Guerra Mundial y, en nuestro caso, desde hace cuarenta años en que la democracia sustituyó formalmente a la dictadura.

El trumputismo es esa cómica rueda de prensa al alimón de los presidentes de EE.UU. y Rusia, ayer, tras una cumbre esperpéntica a solas de Donald Trump y Vladímir Putin. ¿De qué hablaron durante más de dos horas los líderes con menos credibilidad del planeta, el uno un bocazas sin criterio formado acerca de asunto alguno, y el otro, un falso consumado con notables tendencias cainitas que ha dado pruebas de cinismo y frialdad incompatibles con la democracia más elemental, en la que no cree pero acepta como mal menor? De nada. El trumputismo es la política de la nadería, de la simplonería, de la estulticia y la estupidez, que es la que se ha impuesto tras décadas de cultura política ilustrada. Un juego de pelotas. Porque es un alarde de macho alfa encarnado en Trump y Putin, pese a la era de feminismo en alza y de igualdad en las formas y el lenguaje y en los derechos y hasta en el contenido de los piropos. Es un juego de pelotas porque el tándem supremo se ha reunido tras el Mundial moscovita, y en la conferencia de prensa Putin le soltó a Trump: “Señor presidente, usted ha dicho que la pelota de Siria está en nuestro tejado, y que hemos organizado exitosamente el Mundial. Ahora, la pelota está de su lado”, y le entregó el balón oficial de la Copa que se llevó Francia, entre los saltos de alegría de Macron en el palco de autoridades. Trump le lanzó el esférico a Melania, que lo recibió en primera fila como si fuera el cesto del presidente, para su pequeño Barron, el niño de mirada triste.

Putin tiene fama de exterminador y es el patriarca del ciberataque. En la cumbre bilateral de Helsinki, los dos amigos de la entente cordiale menos ortodoxa de la historia, coincidieron a coro en que Rusia no interfirió en las elecciones de 2016. Trump no tiene inconveniente en llevar la contraria públicamente a sus servicios de inteligencia. Lo de Siria, lo de Corea del Norte, lo de Crimea… son temas para tener de qué hablar. Ahora que Europa es la “enemiga”, Putin es el “amigo” de Trump. ¿Qué dicen los chinos? Esos son más inteligentes y callan, pero no otorgan. Hacen. Se están haciendo los amos del mundo, los únicos que lideran la mundialización. “Estos son mis principios. Si no le gustan… tengo otros”. Y el sarcasmo de Groucho Marx se ha hecho realidad. El trumputismo es el trampantojo.

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