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Dentro de poco no seremos nada

El ser humano se ha convertido en un teléfono móvil, que guía nuestros pasos, controla nuestras cuentas, apaga, enciende y transmite imágenes de nuestras casas, a distancia

¿Pero es que no lo ven? El ser humano se ha convertido en un teléfono móvil, que guía nuestros pasos, controla nuestras cuentas, apaga, enciende y transmite imágenes de nuestras casas, a distancia; incluso nos embarca en el avión y paga nuestras cuentas cuando hacemos compras en unos grandes almacenes. La tarjeta de crédito es ahora un elemento antediluviano. Cuando almorzamos, no hablamos con nuestros hijos sino que manipulamos una tableta o un smartphone y la intimidad se ha ido a tomar por culo. No existe. La policía nos controla a través del móvil, saben dónde estamos y con quién hablamos, si es con las amantes de ustedes o con las esposas de ustedes. ¿Vieron, acaso, la película El poder del dinero? Pues todo será así, quitándole el romanticismo, que es lo único bonito de la peli, necesario para que termine bien. He visto, en un restaurante, a una familia de cinco miembros, cada uno con un teléfono móvil en la mano. No hablaban entre ellos: el más pequeño jugaba, la niña enviaba y recibía mensajes por WhatsApp, el chico quedaba con un compañero de colegio, la madre con una amiga para ir de compras y aprovechaba el momento para poner a parir a una tercera; ¿y el padre?: el padre trataba de dinero con algún socio de su empresa y se le caían los espárragos del susto. Este era el almuerzo familiar, tan entrañable. Hasta el papa Francisco ha alertado sobre el uso del móvil y su mala influencia en la familia. Fíjense si yo lo utilizo poco que sólo pago 22 euros al mes. Para mí también es demasiada esa cantidad. Dentro de poco no seremos nada: nuestras funciones vitales las habrá usurpado el puto móvil, que nos ha robado la vida sin darnos cuenta. Y nos estamos perdiendo un montón de cosas, créanme.

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