despuÉs del paréntesis

El capirote

Es, sin duda, el pájaro más fastuoso y llamativo de cuantos vuelan por nuestros campos. De un plumaje grisáceo y brillante, los sutiles blancos de las alas y del pecho lo convierten en un ave menuda pero muy atractiva, por lo simple y a la vez sutil. Además, el canto no es una prerrogativa de los canarios, los capirotes también entonan melodías sublimes. Todos los que vivimos en pueblos, estuvimos o estamos en contacto con la naturaleza, con lo que el medio muestra y consuma en primor, los que nos alongamos a la maravilla, la queremos poseer. En especial a los seres que vuelan, de los murciélagos nocturnos que perseguimos alguna vez al encanto de las lechuzas, el fúlgido vuelo de los guirres, la insistencia de los mirlos… y sobre todo los pájaros pequeños. Y para los amantes de verdad, el capirote es especial. Ese animalito es uno de los más deseados para la sumisión, ya digo. No conozco a un solo avicultor que no lo haya intentado. Alguno cae en las trampas que llamamos falsetes. Pero inexplicablemente, solo se mantienen con vida unos quince minutos. Cuando se percatan de que no vuelan libres por los aires, de que se encuentran encerrados en una jaula, caen muertos. Ese es su precio, la vida por la libertad.

Recuerdo una anécdota de mi adolescencia al respecto. Un prodigioso criador, que combinaba jilgueros salvajes con sublimes canarios de planta, esos de una elegancia supina, uno que contó con un amarillo irreal que salía del encierro y se posaba en su hombro y su mano sin escaparse, ese ideó cierta vez un ardite para sumar a su colección a esas gloriosas avecillas. Buscó nidos de capirotes, los rodeó con juncos y pequeñas cañas para mantenerlos a cubierto al tiempo de no estorbar a la madre para que siguiera alimentando a sus crías. De ese modo hasta que, ya crecidos y en cautividad, pudiera trasladarlos a sus rutilantes pajareras. Nos lo contó atribulado, luego de comprobar lo que comprobó: cuando la madre comprendió lo que le ocurría a sus retoños, los mató uno a uno y no volvió jamás al nido.

Es muy difícil encontrar a un ser vivo que se resista a ser atrapado, de las flores, los árboles frutales, los hombres, las ballenas, los leones, los elefantes, los tiburones, las langostas, los mejillones, las bacterias… Solo ese bichito único. El proverbio Borges lo comentó alguna vez: “La maravilla de los seres de este mundo es morir por lo que quieren”. ¿Una lección de la naturaleza? Esperemos que sí, a pesar de lo que somos los hombres.

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