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Insoportable

La dacha favorita de Stalin fue el nacionalizado palacio del príncipe Yusúpov, en la península de Crimea. Y ni sus convicciones revolucionarias ni sus actividades genocidas sufrieron por compartir el lujo de la nobleza rusa y utilizar el palacio como residencia habitual de verano y como alojamiento durante, por ejemplo, la Conferencia de Yalta. Claro que en la Unión Soviética de entonces no existía la distinción entre lo público y lo privado que, pese a todo, sigue existiendo en España. Y las condiciones miserables de la vida y de las viviendas del pueblo ruso de la época no tienen comparación posible con nuestro país. Sin embargo, la intensa atracción de cierta izquierda por el lujo que denuncia y su inconfesable tentación de convertirse en la llamada casta son irresistibles. A partir de 1982, con los primeros Gobiernos de Felipe González, los socialistas abandonaron las chaquetas de pana junto con el marxismo, e ingresaron en un mundo y en una sociedad, que entonces se denominaba la beautiful people y cuyos encantos no pudieron resistir. Miguel Boyer y Mariano Rubio fueron destacados exponentes de ese proceso, que parece inevitable. Y que responde a la idea de que ser de izquierdas no impide disfrutar de privilegios y vivir infinitamente mejor que el común de la gente, cuyos intereses se asegura defender. El caso es que la pareja que dirige la formación antisistema Podemos, habitual denunciadora de privilegios, tratos de favor y demás características de la que llaman casta, se ha comprado un chalet de lujo en las afueras de Madrid, que, con gastos e impuestos, les ha supuesto más de setecientos mil euros; y, además, en su hipoteca han recibido un trato de favor de la entidad bancaria (en la que Podemos, según el informe del Tribunal de Cuentas, ingresó en 2016 más de seis millones de euros). Sin contar con que el mantenimiento y la limpieza de un chalet de esas características, con piscina, zona de invitados y un inmenso jardín, suponen un trabajo y un gasto mensual considerables. La justificación de la compra ha sido patética: huir del acoso mediático (como si muchos políticos -también de Podemos- no vivieran en barrios y pisos modestos) y crear un entorno para criar a los hijos que esperan (para acostumbrarlos al lujo y a vivir separados de la masa, se supone).

Por supuesto que se trata de una cuestión privada, y que cualquier ciudadano, sea o no político, tiene derecho a comprar con su dinero lo que estime conveniente. La diferencia, que arrastra el asunto a lo público, reside en la incoherencia entre la compra y el agresivo discurso político mantenido hasta ahora, una incoherencia que conduce a una absoluta falta de credibilidad. Y, para terminar de arreglarlo, la pareja convocó un plebiscito de obvio resultado entre los que denominan sus inscritos, que elevó a cuestión central del partido una más que discutible decisión privada, y les sometió a un dilema consistente en ratificar acríticamente esa decisión o llevar al partido a una crisis política importante por ausencia de liderazgo. Es el “culto a la personalidad”, que un editorial de El País calificaba de “insoportable cesarismo” y nosotros preferimos llamar insoportable levedad de unas convicciones políticas. Bueno, insoportable para los que alguna vez se han tomado en serio a semejantes personajes.a

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