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Va, pensiero

Los nacionalistas suelen ser los peores enemigos de sus propios pueblos, y los independentistas catalanes lo están demostrando una vez más con su temeraria y suicida estrategia, que ha arrastrado a la sociedad catalana a una aventura disparatada sin posible final feliz. Han conseguido expulsar de Cataluña a miles de empresas; han hecho perder a Barcelona la oportunidad de ser sede de la Agencia Europea del Medicamento, y su penúltima hazaña ha sido la anulación de la regata Barcelona World Race. En todo este desastre también ha colaborado la política sectaria de la alcaldesa de la capital, denunciada incluso por los propios independentistas. Por si fuera poco, el enfrentamiento de Puigdemont y los antiguos convergentes contra Esquerra, con la CUP en funciones arbitrales, ha conducido una y otra vez al mismo escenario. Ahora han investido a un presidente vicario del presidente huido desde un sectarismo exacerbado. Y, con un horizonte de largas condenas para muchos líderes independentistas y sus partidos empecinados en lo que no puede ser, la cuestión catalana parece más irresoluble que nunca.

Hemos hablado de temeraria y suicida estrategia, pero da la impresión de que los independentistas ni siquiera tienen una estrategia; que improvisan continuamente desde la ingenuidad y el desconcierto porque no se esperaban la dura reacción del Estado y los jueces. El caso de Puigdemont y su gente es paradigmático. Comete la temeridad de salir de Bélgica confiando en que el juez Llarena no reactivaría la euroorden; y cuando es sorprendido en Finlandia, en lugar de, por ejemplo, alquilar un coche, utiliza el suyo de siempre, sin que ni él ni los dos incompetentes mossos que le acompañan tengan en cuenta que es facilísimo seguirles la pista con un geolocalizador.

Si fuera poco, los Comités de Defensa de la República y las juventudes de la CUP le están dando la razón a los que encuentran en las acciones independentistas una violencia que justifica la imputación por rebelión. Siempre fue una diferencia sustancial entre el independentismo vasco y el catalán, con la anécdota de Terra Lliure, que ahora se pierde. Son acciones de acoso, de incitación a la violencia y de violencia extrema, con la intención de aislar Cataluña del exterior, que el PSOE calificaba antes de llegar al poder de “germen de la kale borroka”. Y las amenazas contra el juez Llarena, su esposa y los políticos no independentistas han obligado a reforzar su protección policial.

Hace semanas comentábamos lo sucedido en el Liceo al final de una representación de Andrea Chénier, cuando una mayoría de espectadores reclamaron a gritos la libertad de los líderes independentistas encarcelados. Podemos añadir que, después de los sucesos del 1 de octubre, la mayoría del coro de ese teatro salió a sus puertas y cantó el Va, pensiero, el coro de los esclavos hebreos del tercer acto de Nabucco, entre los aplausos de los transeúntes. Es lo que hacían los nacionalistas italianos en tiempos de Verdi, una burguesía similar a la catalana del XIX, para los que esa ópera y ese coro eran un símbolo de su lucha contra el dominio austríaco. El problema es que a los antisistema que controlan el procés no les gusta ni las burguesías ni la ópera.

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