tribuna

La hora de Franco

Septiembre no es un mes negro, pero se nos quedó grabada la muletilla de los años que se revelaron feroces en los conflictos más encarnizados

Septiembre no es un mes negro, pero se nos quedó grabada la muletilla de los años que se revelaron feroces en los conflictos más encarnizados desde que Septiembre negro secuestrara y asesinara a once atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Múnich, si bien quién nos iba a decir en los 70 que el de los palestinos era un terrorismo parvulario para lo que estaba por venir. Ahora es septiembre negro por otras razones aun no tan desalmadas, las de las terribles calendas de Cataluña, donde Pablo Casado previene para “no pasar de los lazos amarillos a los negros”. Instalados en esa tesitura, con la guerra psicológica y el fuego cruzado de los símbolos, ha vuelto a asomar la cabeza el artículo 155, como la de Franco, la de José Antonio y toda la tropa que estaba bajo tierra.

Dos coetáneos, Franco y Hitler, ya momificados en el curso de la Historia, rivalizan, sin embargo, en un inconsciente colectivo -que es un concepto con cien años de antigüedad-cada vez más consciente, antes de que se pierda la costumbre de regresar al pasado como método infalible para expiar las culpas y detonaciones de la democracia que amenazan con hacerla saltar por los aires. En Chemntiz, en la extremoriental Sajonia, las movilizaciones de la ultraderecha sonrojan y alarman a Merkel, pues ya en Alemania esa orilla de aguas negras, la AfD, se equipara en votos a la histórica socialdemocria (SPD). En España, Vox todavía no, pero ya crece.

En ese escenario de los lazos amarillos, que es el color prohibido de la mala suerte en el arte de Talía, y de la canarinha, y con esas cruces y sogas en la marquesina contra el rey se está tiñendo de sensacionalismo -de amarillismo y treta- la confrontación de los dos bandos, que es un estigma muy español aunque se vista de seda -amarilla, por supuesto-, mona se queda. Ahora España resucita el guerracivilismo como estridencia y recargamiento ornamental, género más del barroco que del rococó, pues las batallitas lucen mejor en los frisos apelmazados. La guerra es una recurrencia, el mito y el arcano. Hay una querencia y desafecto hacia la guerra civil, que agita las pasiones y desentierra hachas ya oxidadas. Remontarse al 36 sin haberse mamado la guerra y la dictadura convierte la nostalgia en divertimento, que es ahora mismo el riesgo de este revival o revirón.

España no es Alemania, pero allí saltan chispas con las pavesas del nazismo que guarda las reminiscencias en cajitas de Pandora. Vox sube en la militancia ultra y gana en porciones entre los fans del caudillo yacente. España se puede bifurcar, que es lo suyo, abrirse en canal y a la desbandada, pero no se radicalizará como en Alemania o en Italia, donde han vuelto de sus cenizas los viejos endriagos. España es de veces. Y Sánchez interpreta su papel. Esto me lo dijo un ex dirigente popular que voló alto y conoció el colmillo de la bestia en las tripas del Estado: Sánchez no debe legislar, ni tan siquiera gobernar, sino correr, ganar metros, hacer tracking, como los ejecutivos americanos persiguiendo a los animales para mejorar el olfato en los negocios, o trekking, prolongar las caminatas agrestes,subir y bajar montañas, dar largas a Torra, seguir atravesando las veredas y llegar, al fin, al Valle de de los Caídos, visitar la tumba del dictador, regresar al pasado sin condescendencia, que resuciten los fantasmas y vuelva el falansterio de las momias… Franco puso a España en hora con Berlín, para agradar al Führer y ahora Sánchez podría quitarle la razón y devolverla a Greenwich, que es la hora canaria, o sea, la que marcaba el reloj del comandante militar cuando salió de las islas para dar el golpe.

El joven presidente sigue el manual al pie de la letra. El abecedario político español no va de la A a la Z por este orden, sino empieza en la F y acaba, con el desorden, en la D, es un carrusel de Franco a la Dictadura, el viejo monólogo recurrente español. No se entendería Francia -que no tiene nada que ver con Franco- sin la pereza del cuento de Napoleón deportado en la isla de Santa Elena y los hitos de mayo y la revolución francesa; todo lo que Macron es viene de ahí. Y los alemanes reniegan de Hitler, como es su deber, pero lo sacan a pasear constantemente como nosotros a Franco ahora. Tiene su lógica, su aquello, se saca a los Santos y a los monstruos, o no hay Historia que se precie.

Franco viene como anillo al dedo, Franco providencial, caído del cielo para esta hora de bárbaros en las puertas de la ciudad como en la novela de Coetzee. Es el coco para la ocasión. El dictador resultaba esperpéntico en su modelado en miniatura. Los que le trataron asentían con la cabeza mecánicamente como si le siguieran el hilo, porque era inaudible. A otros les daba la risa, como a don Leoncio Afonso, que me contó la escena a los cien años con las sondas de la bomba de oxígeno prendidas de la nariz. Franco aguardaba empequeñecido con la edad en su despacho de El Pardo y el ujier avisaba una y otra vez que no tropezaran con la alfombra para evitar escenas. Afonso tenía ataques de risa y le dio uno delante del faraón.

Dice la profesora María Elvira Roca (Imperiofobia y leyenda negra) que está dispuesta a apostar que no exhumarán nunca a Franco, porque se acabaría el discurso y el recurso y de qué hablamos entonces cuando suba el pan. La memoria histórica fue una excelente idea de Zapatero. Felipe González desempolvó el Azor y dio una vuelta en el yate de Franco para regodearse en los tabúes de la derecha. ZP fue más lejos, amagó con levantar las cunetas y poner patas arriba el callejero. Sánchez regresa al recetario con lo del cadáver, que es como meter el dedo en el ojo al que se sienta aludido, y allá cada cual. Pero a Franco ya no lo venera nadie, ni tiene quien le defienda. Franco está enterrado en la desmemoria histórica. Para el fascismo que venga, Franco es de izquierda, eso es lo malo. Hay algunos que son más franquistas que Franco, como siempre hubo más papistas que el Papa. Pero en esencia está muerto, el hombre y su tiempo, el franquismo y el noventayochismo de la derrota de los coloniajes. Los dos síntomas han vuelto como la cizaña, de tallo ramoso, hojas estrechas y espigas anchas y planas cuyos granos contienen un principio tóxico: crece espontáneamente en los sembrados y es muy difícil de extirpar.

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