tribuna

La jodienda política nacional

Sería esta la semana horribilis para el Gobierno cuando todo prometía que habría un momento de respiro para celebrar el centenar de días en el poder

Sería esta la semana horribilis para el Gobierno cuando todo prometía que habría un momento de respiro para celebrar el centenar de días en el poder. Gobernar es ir contra viento y marea, morder el polvo y resistir a los escándalos. “En España el que resiste, gana”, era la máxima favorita de Camilo José Cela, uno de sus plagios, este venial cuando recogía el Premio Príncipe de Asturias dirigiéndose al rey padre (pues se trata de una cita latina, de Persio, “qui resistit, vincit”; también la usaba el Alto Estado Mayor francés en la Gran Guerra y tantos otros). El Nobel gallego tenía fama de contratar negros bajo el síndrome de Shakespeare, y fue acusado de otro plagio de más enjundia (los cincuenta millones de pesetas que se embolsó por el Premio Planeta), con la novela La cruz de San Andrés, por una autora coruñesa que, aunque cargada de razones, no lo estaba, por lo visto, de influencias suficientes para hacer valer el fraude y llevarse la gloria que le robó el Nobel gallego. En aquella época no existía turnitin, el software de moda para desenmascarar al tramposo.

Venimos de la semana del Santo Grial y el vellocino de oro, de escudriñar en la titularidad de los estudios curriculares de los dirigentes públicos, a la búsqueda de originales enterrados en lugares ignotos como tesoros, y en ese estupidiario a lo Indiana Jones llegó a sobrevolar la Moncloa la hipótesis de un adelanto electoral por tormenta de la tesis del presidente. La crisis de los estudios adicionales en un país de pícaros con aires de grandeza se ha apoderado del guion político nacional, desbancando, incluso, al tiberio de Cataluña.

La convulsión es tal que los días transcurren a un ritmo depredador, sustituyendo un escándalo a otro sin pausa y convirtiendo la política nacional en una sucesión de ejecuciones públicas. Cuando trasladé la semana pasada a Rodriguez Zapatero, en la entrevista que ustedes pudieron leer en este periódico, la posibilidad de acortar la legislatura, aconsejó a Sánchez aguantar, como decia Cela, sin ceder al tacticismo de las encuestas. Pero el tiempo político en que gobernó Zapatero se parece a este como un huevo a una castaña. Veamos. El lunes se retiró Soraya Sáenz de Santamaría, y esa noticia por sí sola se tenía ganado un margen de vigencia razonable para sopesar la significación de la despedida de una mujer que atesoró un poder extraordinario de 2011 a 2018 en el Palacio de la Moncloa. Pero la noticia murió al instante, con una caducidad meteórica, porque ese día ya se colaba el máster de la ministra Montón, pidiendo su turno para pasar por las horcas caudinas. Lo que parecía un malentendido de un cuarto de hora, un entremés, un aviso amarillo, pasó a categoría de huracán y se armó el revuelo. De inmediato, la dimisión de la ministra explotó en medio de la verbena y fue como un cohete de pueblo que saltó a unos matorrales y recordó el primer conato de incendio del primer ministro de Cultura de Sánchez que tuvo que renunciar por un descuadre con Hacienda.

Dimitir un martes bajo sospechas de plagio fue una mala faena para el Gobierno. Pero Sánchez no tuvo tiempo de pedirle a Casado que tomara recortes de Montón. La política que se hace ahora, sin normas de cortesía, vampiriza el tiempo, como decía, a la velocidad de un rayo, y el miércoles, a media mañana, la exministra de Sanidad y el máster de su caída ya eran historia, nada, absoluto olvido, salvo el vago recuerdo anecdótico de la reincidencia tras el precedente de Maxim Huerta. Pues el avispero del Congreso practica las emociones fuertes desde la censura a Rajoy y -digámoslo también- a este país siempre le encandiló la política yanqui y últimamente se imita el pandemónium de Trump, eso que el periodista Bob Woodward (lean hoy a María Rozman) llama en su libro el mamicomio de la Casa Blanca. En Washington los secretarios-ministros y personal de confianza caminan sobre minas y van saltando por los aires cuando menos se lo esperan, a capricho del jefe, que está loco. En Madrid se ha instalado una cacería desenfrenada y todos los días sus señorías -y también los medios de comunicacion, en la espiral de ver quien cobra más cabezas- salen, escopeta en ristre, a volarle los sesos al primero que tranquen con master o tesis de dudosa reputación. De ahí que el miércoles, tan solo dos días después de borrarse del mapa la exvicepresidenta todopoderosa y a tan solo 24 horas de la dimisión de la ministra de la sanidad universal, explotó otra bomba, pero esta ya era una bomba saudí. Rivera se sacó una pregunta de la chistera, burlando el procedimiento de la sesión de control, y va y reta a Sanchez a hacer pública su tesis doctoral, como quien le menta la bicha. El resto de la semana ha sido un lodazal, en la acepción del presidente, que ha terminado adoptando los tics de Trump contra la prensa adversa, y por momentos la política canaria, tantas veces vituperada por su bajo nivel, podía presumir de altura parlamentaria discutiendo sobre la introducción de los e-sports en las aulas.

España discute de la tesis del presidente, como antes del máster de Cifuentes y de Montón o Casado, que puede ser el primer candidato imputado a la presidencia del Gobierno, pues, de su entrevista en Tenerife con el DIARIO no se desprende que en tal caso piense dimitir. En adelante, debemos acostumbrarnos a estos filetes. La carniceria emprendida no tiene pinta de ser pasajera. Veremos a Sánchez tratando de limpiar su honor y a Casado echando balones fuera. La legislatura ya será corta o no será. Y se buscan candidatos sin master para las listas de mayo. ¡Ojalá todos fueran Corcuera, que era un obrero ministro del Interior en el Gobierno de Felipe González! (el electricista de la patada en la puerta). Ahora lo que cotiza es ser un tarugo, libre de toda sospecha de plagio, sin máster, sin títulos, sin tesis doctoral. Cela habría querido vivir esto, pues no es lo mismo ser un doctorando que haberlo sido, como ahora le echa en cara la Universidad de Barcelona a Albert Rivera. Como no es lo mismo -dijo Cela también, sorprendido sobando en el escaño del Senado- “estar dormido que estar durmiendo, o es estar jodido que estar jodiendo”. Pues eso y no otra cosa es lo que nos pasa ahora mismo. La jodienda.

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