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Observatorios en El Roque

El problema de la astrofísica es que reduce la existencia humana a cero. Los creyentes de cualquier orden dejan de creer porque los conceptos que nos sostienen son muy endebles cuando se comparan con ondas electromagnéticas o agujeros negros. El tiempo se quiebra, la velocidad es relativa, la luz que vemos ya ha muerto, las estrellas fugaces son espejismos. El sol tiene toda su vida quemando hidrógeno y su tanque de repuesto tiene reservas que le permiten estar despierto por cientos de milenios. Pero hay estrellas moribundas que en su estadio final les da por concentrar tanta materia que ni la luz escapa: a éstas las llaman enanas blancas. La fe o la religión palidecen frente a estos hallazgos, y sólo encuentran cobijo en lo que los físicos llaman singularidades, esto es, lo que no se puede explicar porque no existen leyes físicas que lo hagan. Un ejemplo ilustrativo: el llamado big bang se produjo cuando un punto explotó y liberó toda la materia cósmica que conocemos. Pues bien: ese punto es una singularidad porque no lo entendemos; no sabemos lo que hubo antes de eso. En esas inconsistencias se refugia la religión, y entonces el más creyente sostiene que el mentado punto podría ser Dios.

La astrofísica está más cerca de la poesía, porque aquélla es tan maleable como ésta. Octavio Paz sostenía que el fundamento de la poesía moderna es la analogía: esto es aquello. Pues en astrofísica la luz es otro tiempo, o la materia es invisible, o el color son gases que se queman. Todas nuestras convicciones estallan en mil pedazos, como el big bang, porque las hemos concebido para lidiar con el misterio. Pero el misterio todo lo absorbe, y a su lado la conciencia es apenas un soplo. Colocar a cuarenta escritores bajo los telescopios de El Roque de los Muchachos, que fue lo que hizo el Festival de Escritores Hispanoamericanos el pasado viernes 21 de septiembre, no deja de ser una temeridad, pues no hacen falta chispas para que los que avivan el fuego de la imaginación a diario enloquezcan. Todos nadábamos en nuestras aguas, devorando conceptos dobles o admirando ondas cromáticas que ya quisiera Pollock. Si en el teatro cósmico todo es creación, y no en vano la explosión del big bang todavía se oye, la creación literaria se aviene bien a espacios que son tiempo, o a materia que se vuelve antimateria, o a sonidos que remiten a una respiración primaria.

Stephen Hawking promovió la idea de que la humanidad debe buscar mundos alternos para la supervivencia de la especie. Esto se entiende bajo la premisa de que el sol algún día morirá y en su marcha fúnebre devorará a la Tierra. Pero se entiende mal que esto se vuelva una asignatura pendiente a causa de no haber sabido preservar el planeta que nos ha dado vida. Más que buscar otros planetas, ¿no valdría la pena hallar los equilibrios necesarios para que el nuestro nos siga dando albergue? Este sin duda fue uno de los grandes aprendizajes que también asimilaron los escritores visitantes, pues la imaginación también da para creer, como Neruda, que la residencia en la Tierra apenas comienza.

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