el charco hondo

Casado con el pasado

Aunque a veces se utilicen como sinónimos, no es lo mismo retro que vintage. Conjugándose ambos en pretérito más o menos impreciso, una cosa es evocar el pasado sin que necesariamente se pertenezca a él (retro), y otra bastante diferente son elementos o conceptos que sí forman parte de la época que representan (vintage). En interiorismo, y en política, tampoco es lo mismo apelar a las ideas de una época superada que otros protagonizaron, apelando a la nostalgia para rascar votos, que abanderar discursos de tiempos pasados vividos en primera persona. Normalmente retro y vintage funcionan como vecinos, pero en ningún caso fundiéndose en un solo cuerpo; a menos, claro, que ese cuerpo sea el de Pablo Casado. El presidente de este PP, elevado a los altares a remolque del ajuste de cuentas que los desheredados de Mariano Rajoy celebraron sobre los huesos de Soraya Sáenz de Santamaría, une en su persona lo retro y vintage. El hilo conductor de Casado, proponiendo al país que avance hacia el futuro caminando hacia detrás, puede catalogarse como retro-vintage. Habiendo sido jefe de gabinete de José María Aznar, formó parte de la época que reivindica (vintage) y evoca un pasado al que dice no pertenecer (retro). Su apuesta por volver argumental y emocionalmente a finales del siglo anterior, explica una iniciativa tan injustificable como puede serlo convocar un acto con los partidos constitucionalistas excluyendo al PSOE, al mismo Partido Socialista que hizo posible una transición civilizada, al partido que durante y después de la dictadura supo aglutinar a millones de españoles para guiarlos por la senda de una socialdemocracia razonable y, sobre todo, inteligentemente adaptada a las particularidades de aquellos años. Los socialistas merecen tanto respeto como quienes más pusieron de su parte, y no está Casado para decir quién o quiénes merecen tener el carné de constitucionalista, hasta ahí podríamos llegar. Qué pobre. Qué viejuno. Qué ilusión puede generar alguien que, a la vista está, agota su iniciativa política en un triste remake del aznarismo que fue (por ese camino, Albert Rivera no va a dejar de Casado y su discurso retro-vintage ni las espinas). Poco puede aportar a la España del XXI alguien que propone que volvamos a los tics excluyentes de finales del siglo anterior.

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