por quÉ no me callo

Juan Cueto, en su papel

La muerte de Cueto es un asunto catódico, de mentalidad y mortalidad dispuestas para celebrar los límites de todo y la extensión infinita de los seres con amplitud de miras

La muerte de Cueto es un asunto catódico, de mentalidad y mortalidad dispuestas para celebrar los límites de todo y la extensión infinita de los seres con amplitud de miras. Ha muerto Juan Cueto, que trajo a este país las primeras noticias de Internet que se sepa, las de una manera cívica de aceptar el progreso y las contraindicaciones de lo nuevo y tecnológico. “Pero, ¿sabes una cosa?”, me dijo aquella vez sentados delante de un micrófono en Santa Cruz, “yo prefiero leerlo en un papel”.

Cueto era un transgresor libertario que pregonaba y profanaba al mismo tiempo los avances del invento del siglo de Bill Gates y compañía. Pero lo tenía muy claro: Internet es para ver; para leer, el papel. Aquella confesión, sin maquillarla (“yo tengo en casa siempre a mano la impresora, porque no soporto la pantalla cuando se trata de leer de verdad”, insistió), me demostraba la magnitud de la franqueza de un pensador modernísimo como él, que podía estar a la última, crear Canal + y todos los pluses de las nuevas tecnologías, y, sin embargo, ser, al mismo tiempo, un tradicionalista de pelo largo con la impresora bajo el brazo como Rufián.

Ha muerto a los 76 años sin poder averiguar el destino de estos cambios que han revuelto todo bajo un estado de hipnosis que mantiene en vilo a niños y adultos, atados al hilo invisible de Ariadna en un laberinto ignoto donde se desarrolla la nueva comunicación. Cueto, en todo el sentido de la palabra, era un sabio, como digo, de una vanguardia convencional, pues su generación -quizá él solo instalado en su Villa Ketty de Gijón, como lo evoca Juan Cruz- traía la buena nueva y a su vez la vieja resaca ciclópea del pergamino y la cultura plasmada en los libros que el hombre ha escrito de un modo definitivo, como si nunca se fuera a dejar de publicar volúmenes con páginas de verdad.

La misma respuesta de Cueto me la dio más tarde Hans Magnus Enzensberger, el poeta y ensayista alemán. “¿El final de los periódicos? ¿Cómo voy a desayunar sin poder tocar con los dedos las noticias de la mañana”, nos decía firme en su convicción. Ahora Cueto deja una obra que hay que releer, compilaciones de artículos y textos de obligada recuperación, como Pasión catódica, para entender qué está sucediendo en la comunicación audiovisual, qué ha sido, qué será de la televisión, de la que era uno de los pocos filósofos con sentido empírico que ha tenido este medio en España.

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