después del paréntesis

Fábrica de coches

Todos lo conocíamos como Manolo; el Herrero, por descendencia. Mas su inquebrantable personalidad le otorgó el don. Ese tratamiento a él lo mortificaba. La relación habría de ser natural, sin miramientos ni diferencias. Además, creía que detrás de esos halagos siempre se esconden los marrulleros. Directo directo, al cerebro o al corazón, sin curvas, nos repetía. Dos ajustes del mundo lo confirmaron. El primero: cuando algún pesado interrumpía la conversación sin que viniera a cuento, lo miraba a la cara y le decía: “La historia no es las palabras, amigo”. Entonces instituyó la expresión: “camión de pescado”, para los que tenían dificultades para hablar. Fue categórica en el lugar. La segunda: no andaba al tanto de las desgracias o catervas (por más las políticas) que ocurrían. Si alguien insistía él preguntaba: “¿Eso qué es, una comida o una marca de coches?”. Dedujimos que Merkel para él era un Mercedes tipo B, Trump un Ford Mustang y Macron un Citroën C3. Adujimos que el pasotismo era su signo. Tardamos en comprender: no solo una forma de pensar sino de conceder a las cosas su verdadera importancia. El enfrentamiento o el desánimo no son palabras que se deban usar. Hay muy pocas cosas en la vida que valen la pena y las que no sirven para nada no las tienes que nombrar. Eso es perder el tiempo y el tiempo es oro para lo que nos queda. Su sistema era simple y sagaz. Principio: el afecto, las personas cercanas, los amigos. Y los camaradas se encuentran. La parranda era la base, reuniones que comenzaban a primeras horas de la noche y concluían con el sol del día siguiente rondando las cabezas. Fue un timplista excepcional, hasta la filigrana o tocarlo oculto tras la cabeza. Y un director de juerga prodigioso. Lo que nos enseñó es que todo el mundo tiene derecho a intervenir, siempre que sepa intervenir. El punto de entrada era igual al de salida: el rigor. Quien no lo compartía quedaba excluido. Cuando algún inepto cantaba, separaba el instrumento del pecho y comentaba: “Siga usted, compadre; lo escuchamos”. El resto lo reafirmaba: comer bien, en compañía, compartir; beber mejor, siempre hasta un punto, el punto en que dominas al alcohol y no que el alcohol te tumbe. Dejamos a más de uno tirado en la cuneta. Por su actitud compartimos que los verdaderos momentos de la existencia siempre tuvieron la dimensión de don Manuel. Por eso todos nos encontramos en su despedida, porque echaremos de menos su humor, sus concepciones, su timple y su capacidad de querer.

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