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La máquina portátil de Hemingway

Aquel anticuario de los alrededores de la plaza Dorrego, en el barrio bonaerense de San Telmo, me instaba a que comprara una máquina de escribir Corona, portátil y plegable, que él aseguraba había pertenecido a Ernest Hemingway. Verán, Hemingway no es uno de mis personajes, ni escritores favoritos. Cuando llegué al último cayo de Florida, hace ya algunos años, con mi hija María Eugenia, ni siquiera quise entrar en su casa-museo. La vimos por fuera. Pero años más tarde, en un programa de cazatesoros emitido en la televisión, vi que los buscadores encontraban una máquina Corona exactamente igual, que también decía su propietario que había pertenecido al autor de ¿Por quién doblan las campanas? Justamente han emitido por el canal TCM, en la madrugada del lunes, una película, basada en la obra del mismo título del autor norteamericano. Ya saben que en la novela y en la película los republicanos son los buenos en la guerra civil española y los nacionales los malos. La película, protagonizada por Gary Cooper e Ingrid Bergman, no es nada del otro mundo, me parece algo sórdida, aunque está bien ambientada y tiene un final triste, que es el que decidió Hemingway para su héroe de las Brigadas Internacionales, un profesor adjunto de universidad metido a cabuquero. Pero de todo, me queda la máquina, que finalmente le compré a aquel hombre. Es muy bonita, muy portátil y muy de los años treinta. Parte de mi vida feliz la he pasado en Argentina, donde se encuentra de todo. Para los locos del coleccionismo de cosas que no sirven para nada y que nadie quiere, Argentina es un paraíso. Y la plaza Dorrego, el Edén. Hemingway se pasó media vida borracho, tomó partido en la guerra de España y escribió artículos y obras interesantes sobre ella. Y a lo mejor con mi vieja Corona, quién sabe.

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