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Pendientes de pactos

La acumulación de elecciones, nacionales, europeas, regionales, municipales y cabildos, ha descompuesto los mapas políticos, dejándonos pendientes de los pactos. Resultado de la moción de censura al Gobierno Rajoy en junio de 2018 y el bloqueo al presupuesto PSOE de 2019. La complejidad del juego la añade el cambio en el mapa de los partidos y la crisis nacional. La evolución del denostado bipartidismo de la vieja política y los efectos de la globalización producen un espacio ya consolidado, con cinco actores principales, socialistas, conservadores, liberales y a sus lados izquierdas y derechas. El peculiar sistema electoral español prima las representaciones regionales y nacionalistas. La coincidencia de la descomposición del mapa político nacional, con las crisis catalana y vasca, eleva las apuestas, el procés y Navarra. De forma que nos vemos desplazados hacia un estado de ingobernabilidad cronificada, donde los agentes políticos no son capaces de gobernar. No debemos pensar que, en una sociedad de la información, los políticos no están informados. Otra cosa es la acomodación de sus discursos a la gestión del día después. Los partidos en España están organizados de forma alegal, convertidos en la práctica en organizaciones verticales donde mandan las cúpulas. Al separar su financiación de sus socios los dirigentes son independientes de nosotros. Han alejado el control de sus organizaciones federales, o con sus adquiridas formas de aristocracia bolivariana. Este alejamiento de sus bases sociales, degrada el sistema democrático. Los partidos no asumen su obligación primera de gobernar para todos.
Y llegamos de nuevo a los pactos dificultados por las líneas rojas. Para cumplir la Constitución, el procés y Bildu están fuera, como debieran estar los rebeldes fríos del PNV. Progreso, democracia y populismo se pervierten en la confusión. Vivimos en una democracia liberal, bajo la ley y la separación de poderes. El progreso va ligado a la generación de valor y actividad, cuando ahora los que se titulan demócratas lo ligan a la redistribución de la riqueza, que no existe sin la primera. El manifiesto publicado estos días, Gobierno de Progreso y en Defensa de la Democracia, encabezado de nuevo por los artistas, reproduce las técnicas antidemocráticas de las líneas rojas, dejando al PP y a Vox fuera y a Ciudadanos dentro. Subliminalmente sugieren la existencia de una “lista de fuerzas de impulso a las políticas progresistas”, leídas en su clave redistributiva, donde caben todos los opuestos a la Constitución, pero no sus leales a la derecha. La política juega con dos cartas, produciendo la demolición de baja intensidad de la Constitución.

El mismo proceso de reconversión sufren los populismos. Entendiendo por tales aquellos sostenidos en un discurso económico antiliberal, que reivindican sus espacios de soberanía restringida, frente a la unidad de mercados e igualdad ante la ley. El caso Ciudadanos es peculiar en su juego de líneas rojas. Las fijaron durante las elecciones y los artistas se las han movido. Como alguien titulaba, “la trágica ambición de Rivera”, lo ha descolocado de la natural “moderación y pragmatismo” de los partidos de centro. Cuando debiera situarse en el núcleo de sus valores liberales. No parece que improvisar obstáculos, como el mandato sobrevenido de 8 años o los gobiernos time-sharing, deban priorizar su programa, que comparte como modelo social con las otras fuerzas de derechas constitucionales.
La ambición de Rivera, en este caso confunde, cuando en Pedro Sánchez nos orienta. Ello obliga a simplificar los pactos empezando por los municipios, donde la clave está en la gestión. Hacia arriba bajar impuestos y simplificar las tramitaciones, ahí está la línea de la eficacia. Que no es roja ni progresista.

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