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Eliseo Izquierdo: “Siempre me he considerado un obrero de la palabra”

Escritor, periodista y cronista de La Laguna, carga con sus 88 años de edad y sus dos tomos de 'Encubrimiento de la Identidad en Canarias', donde recoge más de 2.600 seudónimos utilizados históricamente en el Archipiélago
Eliseo izquierdo
Eliseo izquierdo
Eliseo izquierdo, escritor, periodista y cronista de La Laguna. | Fran Pallero

Eliseo Izquierdo carga con sus 88 años de edad y sus dos tomos de Encubrimiento de la Identidad en Canarias, un trabajo donde recoge más de 2.600 seudónimos utilizados históricamente en el Archipiélago. Se sienta en uno de sus lugares preferidos de su querida Laguna, la cafetería del hotel Nivaria, e inicia esta charla, porque más que una entrevista, es una conversación entre dos curiosos de distintas épocas. Don Eliseo, un hombre multidisciplinar, se pone cómodo y empieza a dar una nueva lección.

-Además de todas esas facetas que se le conocen, ha sido usted un forjador de periodistas.

“Bueno, yo siempre traté de darle oportunidades a los que más las necesitaban. En este caso me gustaba darle apoyo a los jóvenes que venían a la redacción, cuando yo trabajaba en El Día, para presentar algún trabajo, alguna crónica, artículos. Eran ellos los que necesitaban ese pequeño impulso y no los periodistas o escritores ya consolidados, ya esos tenían su carrera labrada. El periodismo de entonces se hacía así. El que escribía alguna cosita, todavía casi garabateando, se iba al periódico y entraba por allí muy humildemente a ver si se lo podían publicar. Luego, al día siguiente o a los dos días, aquello salía publicado y entonces se quedaba muy contento y no tardaba mucho en volver y traer otra cosa”.

-Es que esa sensación de felicidad que se tenía al ver publicados los trabajos al día siguiente de haberlos hecho enganchó al periodismo a unas cuantas generaciones…

“Sin duda, y eso pasaba con todos estos chicos que empezaron conmigo. A los tres o cuatro días, el redactor jefe le encargaba ya alguna cosa, ir a una entrevista… y a la cuarta vez que venían pues ya se sentaban y hacían alguna notita dentro de la redacción y al final se quedaban como redactores”.

-Usted siempre fue una persona muy preocupada por el arte y por darle visibilidad a esa gran cantidad de artistas canarios que trabajaban para salir de ese anonimato en el que sucumben muchos…

“Mi idea era esa, darle la oportunidad a todo lo que estuviera vinculado al mundo de la cultura y un poco fue por distribución de competencias. Yo empecé a trabajar en La Tarde, después de pasar por El Día y de haber publicado mi primer artículo en 1946, que yo era un muchachillo de pantalón corto que todavía estudiaba Bachillerato. En esa época seguí escribiendo cosas y hubo un momento en el que se produjo un cambio muy importante en mi vida porque tuve que ponerme a trabajar y empecé como telegrafista en Santa Cruz. Yo pertenezco a la generación de los niños de la guerra, los que no hicimos aquella sangrienta sarabanda, pero la sufrimos”.

-Pasaron hambre…

“Ya le digo. El arroz con gorgojos, el millo picado… una época indeseable. Fíjese una cosa. Yo trabajaba en Telégrafos, en Santa Cruz y como las guaguas de los Oramas acababan el servicio a las once de la noche y yo casi nunca acababa de trabajar antes de esa hora, subía caminando de Santa Cruz a La Laguna durante cuatro años hasta que logré que me trasladaran a La Laguna. Fue entonces cuando pude retomar los estudios, en el último curso de Bachillerato, hice la Reválida y empecé a estudiar Filosofía y Letras, Filología Románica, que era lo único que había aquí junto a Derecho y Ciencias. Yo ya había escrito cosas y ya era un poco conocido en La Laguna por aquel entonces”.

-Era un pequeño pueblo La Laguna…

“Sí, era un pueblo y como escribía alguna cosa pues empecé a conocer a gente relacionada con escritores, artistas…”.

-Es que La Laguna siempre fue un reducto de gente culturalmente muy rica, es históricamente un lugar de artistas y de personas con inquietudes diferentes.

“Eso es indudable. Es muy cierto. Así la recuerdo desde siempre. Es más, cuando entré en la Universidad, uno de los profesores jóvenes que había allí, Antonio de Lorenzo Cáceres, hermano de un excelente escritor, Andrés de Lorenzo Cáceres, me propuso escribir algo sobre un asunto que se había celebrado en la Facultad… Total, que aquello terminó convirtiéndose en una sección del periódico casi diaria que se titulaba Vida Universitaria. Fue la primera experiencia de la Universidad hacia el exterior. Antes se hacía la apertura del curso, la visita del Rector, pero llevar esa agenda de la actividad universitaria era novedosa. Pasó el tiempo y entré en El Día y allí estuve hasta el año 1967, como auxiliar, hacíamos trabajo de redacción, pero no podíamos estar reconocidos como redactores. Allí estuve hasta que me vi obligado a dejarlo porque me nombraron jefe en Telégrafos y con mis nuevas competencias no podía compatibilizar las dos funciones. Pero seguí escribiendo cosas”.

-Usted amaba su profesión y aún la lleva en la sangre porque es de los que defienden que el telégrafo no ha muerto, y con razón…

“Es que ahora todos somos telegrafistas. Todos lo que tenemos un teléfono móvil tenemos en nuestro bolsillo una estación transmisora y receptora de mensajes”.

-El telegrama era algo que tenía su romanticismo.

“Me siento muy orgulloso de la época aquella. Trabajé casi medio siglo como telegrafista y ahí aprendí muchísimo. Yo siempre me he considerado un obrero de la palabra, en Telégrafos, en el periodismo y cuando he sido profesor. Siempre he manejado palabras y en Telégrafos aprendí a aplicar la economía del lenguaje porque la gente procuraba decir lo máximo posible con el menor número de palabras posible porque se cobraba por cada palabra. Había quienes estaban horas redactando un telegrama para poder ahorrarse dos o tres palabras”.

-Se convertía uno en una especie de economista del texto.

“Totalmente y tengo recuerdos de esa época, algunos casi surrealistas. Recuerdo una señora que iba y ponía “Lamento pasen felices Pascuas”. Era una barbaridad, pero la palabra lamento debía resultarle muy sonora, muy atractiva. Otra decía ‘Nos congratulamos con vuestro dolor’. Eso de congratularse era como unirse al dolor de la persona a la que le enviaba el telegrama… Tengo veinte mil anécdotas de esa época. Luego yo pasé a ser jefe de la administración cuando la fusión de Correos y Telégrafos y tuve entonces que optar por esa actividad y dejar de lado el periodismo, que, por aquellos momentos, empezaba a tambalearse, sobre todo el periodismo de tarde. Decidí quedarme en Telégrafos, pero siempre me mantuve escribiendo”.

Eliseo izquierdo
Eliseo izquierdo, escritor, periodista y cronista de La Laguna. | Fran Pallero

-Era una época también en la que se usaba mucho algo que se ha ido perdiendo con este paso del tiempo, el seudónimo, lo que usted recoge en su publicación…

“Sí, el seudónimo se podía utilizar por muchas razones. En el prólogo de este libro apunto algunos de ellos. Por ejemplo, había quienes, por su propia dedicación profesional no querían aparecer como los autores de eso que salía en el periódico. Otros, hablo de épocas anteriores, estaban obligados a darle cuenta a sus superiores de lo que iban a publicar para recibir la autorización, es el caso de clérigos y militares. A algunos eso les parecía una majadería y entonces, por ejemplo, Moure, antecesor mío y primer cronista oficial que tuvo La Laguna como municipio, escribía y firmaba con un seudónimo que me resultaba muy bello, El del Valle de las Chozas. Otros, incluso por presumir de tener seudónimo, firmaban y debajo, entre paréntesis, ponían el seudónimo. Y otros, que terminaron utilizándolo de tal manera, y popularizándolo tanto, que suplantaron su nombre de pila. Era lo que Juan Rodríguez Doreste llamaba el nombre de pluma”.

-¿A todos esos los tiene usted censados en sus libros?

“Bien, yo no sólo he recogido seudónimos periodísticos sino también de libros, de obras publicadas, de escritores, artistas o de gente que sin ser profesionales escribían una obra y no utilizaban su nombre sino otro, que no tenía por qué ser seudónimo, pero también los recojo. Por ejemplo, el Marqués de Celada. No pone su nombre, don Francisco de Asís Benítez de Lugo, sino el Marqués de Celada. Recojo también a pintores y escultores que firmaban con seudónimo o con una simplificación de su nombre y apellidos. Todas son formas de ocultamiento, parcial o total, de la identidad”.

-A usted le parecerá que no, pero esto en el fondo es una obra de arte…

“Bueno, es una recopilación hecha por un curioso. Yo le dedico este libro a un abuelo mío que no conocí, pero que tuvo mucha influencia en mí. En una colección que él había hecho de la revista Gente Nueva, que es de las pocas cosas que salvó mi padre de la hecatombe de la guerra, y en aquellos veranos larguísimos de mi niñez y primera juventud, cuando llovía en esta Laguna a cántaros y no existían radios ni teléfonos ni nada, mis hermanas y yo nos poníamos a ver aquel conjunto de hojas y me fijé un día que debajo de los seudónimos, mi abuelo Marceliano, había ido anotando el nombre de quién utilizaba ese seudónimo. Eso despertó mi curiosidad. En mi tiempo, cuando yo escribí los tres tomos de periodistas, recogí ahí un buen número de seudónimos, pero, terminada la obra y publicada, pensé que la importancia del seudónimo en nuestras islas merecía una recopilación propia. Esta es una primera cosecha, así por encima, porque la seudonimia canaria es inmensa. Aquí hay dos mil seiscientos y pico que he recogido como primera entrega que sólo tiene el valor de ser la primera obra hecha en Canarias sobre este tema. Además, pensé que era necesario decir quién era esa persona que utilizaba seudónimo. Por ejemplo, alguien tan popular entre nosotros como Nijota ¿quién fue? ¿a qué se dedicó? ¿por qué alcanzó tanta popularidad? Por eso adjunto una pequeña ficha biográfica a cada una de las entradas, algo no exhaustivo y poniéndole siempre mayor énfasis a aquellos menos conocidos”.

-Igual que ha contado ese periodo de ebullición de seudónimos en Canarias ¿Tiene alguna explicación para la progresiva desaparición de este fenómeno de la escritura?

“Las cosas han cambiado mucho. En el siglo XIX y los primeros años del siglo XX el seudónimo era para encubrirse. Otras veces no, aunque en el periódico era una fórmula para hacer el trabajo. Las redacciones eran muy pobres, con muy poca gente que se repartía muchas páginas para llenar. Necesitaban firmar y unas las firmaban con nombre y apellidos, otras con seudónimo… Hay autores que tenían hasta una treintena de seudónimos. Alonso Quesada, que se llamaba Rafael Romero Quesada, tenía numerosos seudónimos que empleó en vida para diversas actividades. Iriarte utilizó muchísimos, era algo común, a veces era hasta un adorno, un complemento. Hay casos curiosos, muy interesantes de cómo funcionaba el seudónimo utilizado hasta el punto de que se borraba el nombre del autor para que imperara su seudónimo. Ha ido desapareciendo el seudónimo como otras tantas cosas. Por ejemplo, estos libros están ilustrados con caricaturas. La caricatura ya casi no existe. Antes era la forma de ilustración más rápida y económica. Una fotografía llevaba un proceso bastante complejo a la hora de transformarla para su uso en un periódico. La caricatura era un recurso más a la mano”.

-El seudónimo también tuvo un uso casi bélico, para hacer daño…

“Sí, era un arma con la que se atacaba y a veces creaba problemas graves. Hubo desafíos, duelos por ofensas, se llegaba a los tribunales. Se ofendía la gente con lo que se decía bajo seudónimo y creaba problemas, algo que en una sociedad como esta de hoy sería más complejo y más grave. Así, los periódicos, salvo algunos casos excepcionales, han terminado por prohibir el uso del seudónimo en sus páginas”.

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