después del paréntesis

Los nombres

En mi pueblo, fulanita de tal dio a luz. Una vez el niño en este mundo, el padre se acercó al calendario de la pared de la cocina y leyó: Nicodemo. Volvió a la estancia. “San Nicodemo”, dijo; “el nombre del niño”. La madre replicó: “Ni con regalos; Domingo como tú y como tu padre. Ese es muy raro; resultará Nico o vete tú a saber…”. Difícil resolver las cualidades de los nombres. Por ejemplo, conocemos chicas de aquí con designaciones rusas o francesas o inglesas. Si les preguntas por qué siempre responden “el gusto de mis padres”. Por eso el desatino llega a cotas inimaginables como Maiquel (escrito así) o Quevincósner (también). O nos topamos con todas las designaciones de los protagonistas de la serie de éxito. En España se agotaron los nombres del rey y de la reina en su momento. Es decir, las hijas y los hijos no eligen nacer; tampoco el nombre, eso es un añadido. Por eso debieran ser provisionales para que, con el discernimiento, el dueño elija uno acertado. De lo contrario oímos casos aterradores. Ese que conocí en un país de Sudamérica que decía Santosinoc, por la abreviatura de “inocentes” en el almanaque. O aquel al que el padre le puso Luis para llamarse Luis Luis Luis. O si un Pérez y una Gil se enamoran y se casan es presumible que la descendencia sufra alguna chifla por el “perejil”, pero que se le va a hacer; el amor es el amor. Lo que es imperdonable es lo que un amigo (que vive en Palma de Mallorca y es catedrático de la universidad) me comentó al preguntarle, que su padre es un cachondo y por eso al apellido Cuadrado le añadió el nombre Perfecto, Perfecto Cuadrado. Cierto día dos amigos se encontraron con un agente de inmobiliaria en La Laguna para alquilar un pequeño local. Uno dijo “no sé si debo decirte mi nombre”. “Habrá de ser”, comentó el otro. “Sinesio D…”. “Pues cuando te diga yo el mío te vas a caer de espaldas: Tranquilino Sinesio M…” ¿Por qué esas nominaciones, por sorprendentes, por extrañas, por sonoras? Se encuentra en La herencia de Matilde Arcángel, un relato que Juan Rulfo añadió a la serie El llano en llamas en el año 1971. Para apurar la trágica historia de alguien que se casa con mujer y ella muere por el espanto del caballo tras el llanto del hijo (de donde el padre repudia al infante por el asesinato de su madre), el extraordinario escritor mexicano escogió los nombres: Sinesia y Tranquilino. Dicen que los hombres hacemos los nombres (como Bach o como Borges). No es cierto; algunos nombres hacen a los hombres.

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