por qué no me callo

Anamnesis de Canarias

Como en toda situación anómala de salud, Canarias necesita ir al médico. No ha habido un vuelco electoral y un cambio de Gobierno, de cabildos y ayuntamientos por capricho del azar. Sino porque la sociedad está enferma y mentían quienes proclamaban una bonanza colectiva, un nirvana regional fruto de un embelesamiento político curtido en la molicie de unas cuantas poltronas complacidas. La crudeza de los síntomas (empleo, vivienda, sanidad, dependencia, exclusión, pobreza…) obligaba a adoptar políticas de choque disruptivas y no se hizo. Al igual que los municipios que siguen los pasos de La Laguna y se declaran en emergencia climática, las dolencias y afecciones socioeconómicas de las Islas exigirían tratamientos fulminantes cuando no cirugía, de corto y medio plazo. O lo siguiente es la UVI.

El turismo está avisando, y no contenta a ningún canario inteligente decirle que Tenerife resiste mejor, mientras Fuerteventura y Gran Canaria derrapan junto al abismo. Aquí tenemos que salir adelante todos y todas las Islas. O el barco no se mantiene a flote y nos vamos a pique. Está el problema, pero ¿alguien ha pedido cita? ¿Al doctor de los problemas de los pueblos? ¿O, al menos, al hechicero, al pitoniso, al zahorí?

Cuando vivía Telesforo Bravo, le consultaban los problemas del agua, porque era un zahorí. Pero de un tiempo a esta parte se nos han muerto algunos sabios, y necesitamos sabios, que no resabidos, doctores para la buena salud del Archipiélago. Hace un decenio, este país, Canarias y España al unísono pese al desajuste horario, tuvieron noticia de una crisis económica (que José Carlos Francisco denominó “la peor de nuestras vidas”), de la que nadie podía sospechar qué alcance tenía y cuánto iba a durar, bajo un estado de escepticismo. No tardó en haber dos polos de opinión opuestos, para no perder la costumbre. En las páginas de salmón de algún diario leí que los expertos hablaban de una recesión como un caballo. En España, en 2009 y hasta en 2010 se rebajaba el diagnóstico, y el buen estado de ánimo se vio reflejado en aquel alarde de que aquí no pasa nada y yo lo arreglo con un plan B. Nos atiborraron los economistas a citas de Keynes y Friedman, la receta expansiva y la monetaria confrontadas como el aceite y el vinagre. No sabíamos por entonces que íbamos a hacer un máster en economía de andar por casa (como dice Leopoldo Abadía), que nos desayunaríamos con primas de riesgo mojadas en café con leche, tipos de interés del BCE y ráfagas de austeridad. Odiaríamos a la pobre Merkel y nos pondríamos en manos de dios Draghi. Había, como digo, dos bandos, casi como en el 36, los que abrazaban los recortes de Rajoy como un acto de fe y los que acamparon en la Puerta del Sol y nació el 15-M.

No sé qué va a pasar ahora con la desaceleración (que es el vocablo avanzadilla que nos envían los Gobiernos antes de proclamar la recesión, tras susurrarnos que es una simple ralentización), la caída del turismo en destinos como Canarias y Baleares, y del PIB. Pero no estamos en febrero de 2008 delante del televisor viendo debatir a Solbes con Pizarro en Antena 3 sobre la longitud, magnitud y profundidad de aquella crisis ignota que tiró por tierra a Lehman Brothers. Esta vez tenemos la lección aprendida. Solbes negó la crisis que anunciaba Pizarro y fue su penitencia. Si lo que ahora asoma es un catarro, que lo digan y se prescriban las aspirinas oportunas. Pero si el cóctel del brexit salvaje de Boris Johnson, el auge de los competidores y la zozobra de la eurozona, más la vergüenza a volar es un asunto feo, cuanto antes se reaccione mejor, antes de que sea tarde. Nadie se toma en serio que Canarias es un polvorín con el 20 por ciento de paro y el doble de riesgo de exclusión y pobreza (para muestra la portada del DIARIO ayer). Conviene quitarse de los ojos vendas de cuatro años. Que hablen claro. O pecaremos de lo mismo de siempre: de desinformación. Lo contrario de toda buena anamnesis.

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