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Empatía: la llave que abre las mentes y los corazones


La empatía se ha convertido en una de las joyas de la corona de la inteligencia emocional y en una de las competencias mejor valoradas en el ámbito personal y profesional. Codiciada por muchos, en ocasiones fingida o enmascarada tras intenciones banales, tiene su más preciado valor en el contexto social como el Santo Grial de las habilidades que una persona puede poseer para desenvolverse con éxito en cualquier contexto de interacción humana.

Sigmund Freud se refería a ella como esa impresión intuitiva y rápida que nos forjamos de la vida interior de otros individuos. En otras palabras, la empatía es la capacidad de identificar y entender las emociones de los demás, de hacernos partícipes del sentir ajeno y ver el mundo más allá de nuestro propio ombligo.

Bondades y maldades
Imagina la empatía como una especie de radar o antena que viene instalada de serie en nuestro cerebro. Aunque es una capacidad innata, gracias a la complicidad de las preciadas neuronas espejo, su desarrollo depende de otros factores como la educación, el ambiente o la experiencia vital. Por ejemplo, si desde pequeños nos enseñaron a ponernos en el lugar de los demás, a comprender sus circunstancias y a evaluar el daño emocional que causamos con nuestros actos, probablemente nuestro radar estará mejor afinado y receptivo a las señales que nos permiten relacionarnos y comunicarnos de forma efectiva y saludable.
Si nos viéramos desprovistos de esta antena emocional, careceríamos de toda conexión con nuestros semejantes, seríamos incapaces de establecer sintonía o vínculos afectivos. Nos veríamos privados de comprender y responder a las necesidades y sentimientos ajenos. Algo que ha hecho de la empatía un valioso atributo, una fortaleza socialmente deseable, un baluarte profesional y una llave maestra en diversos ámbitos como las ventas, la negociación, el liderazgo o la gestión de conflictos.

El verdadero reto
Ahora bien, empatizar es mucho más que ser amables o afectuosos, parecer solidarios al compartir en redes sociales la compasión por las injusticias, o expresar nuestro sentir hacia causas sociales o fatalidades. La verdadera empatía se pone a prueba en nuestro día a día, con nuestra familia, amigos, clientes o compañeros de trabajo. Una condición que parece poco favorable en la actual era digital.
Boris Cyrulnik, neurólogo y profesor de la Universidad de Toulon, considera que las nuevas generaciones podrían ver gravemente afectada su capacidad empática debido a la adictiva invasión de las pantallas en nuestra cotidianidad. Las nuevas formas de entretenimiento y comunicación implican también nuevas maneras de relacionarnos y desarrollarnos emocionalmente. Lo que nos conduce a tener que lidiar con diferentes trastornos de conducta derivados de un desarrollo carente de la necesaria interacción humana.
A pesar de los esfuerzos por revertir esta tendencia, es probable que seamos testigos de un incremento de la agresividad, una sorprendente acentuación de la intolerancia o de una contagiosa falta de sensibilidad hacia la aflicción de los demás. Buen ejemplo de ello serían los haters, internautas que de forma sistemática expresan actitudes negativas, hostiles u ofensivas valiéndose de la burla, la provocación o la exaltación del odio. Es lo que puede ocurrir con los niños que se desarrollan ante las pantallas de sus dispositivos, incapaces de relacionarse cara a cara, incompetentes en el reconocimiento de las emociones de los demás, e incluso torpes en la identificación de los gestos y mímica facial que hacen que podamos conectar afectivamente.

Afinando el ‘radar’
Sin embargo, cuando empatizamos estamos más cerca de la convivencia positiva, de tener relaciones más sinceras y de abrazar valores como la tolerancia, la compasión y el respeto. ¿Suena bien, verdad? Pues solo requiere de un poco de esfuerzo, buena voluntad y constancia. Al igual que entrenamos el cuerpo, podemos implementar a diario nuestra tabla personal de ejercicios para mejorar la empatía, empezando por estas tres claves esenciales:
-Amplía la perspectiva. Junto a la nuestra conviven muchas otras perspectivas de la realidad y cada persona observa el mundo desde su propio prisma según sus vivencias, creencias y valores. Trata de entender las circunstancias de los demás.
-Escucha de verdad. Presta atención, y no solo a las palabras. Observa la comunicación no verbal, percibe lo que transmite una persona al expresarse sin juzgar, sin interrumpir y sin opinar constantemente.
-Interésate por las emociones. Si alguien se sincera contigo, comparte una noticia o preocupación pregunta: ¿cómo te sientes? La empatía no implica necesariamente resolver los problemas de los demás o dar el mejor consejo, tan solo estar de verdad para el otro.

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