
A mediados de 2012 España era un país al borde de un ataque de nervios. En la Moncloa, Rajoy se encastillaba contra quienes le pedían que accediera al rescate europeo de la economía nacional. Un pétreo Rajoy, al que Merkel piropearía después por su piel de cocodrilo, comparecía ante los medios de comunicación, sin derecho a preguntas, para reiterar el primer no es no de la reciente historia política española. Y parecía fiar toda su suerte a un acto de obstinación que le había dado buenos resultados en otras encrucijadas de su laberinto en el poder. Fue Draghi quien acudió en su rescate.
El 26 de julio, en Londres, hizo la declaración que marcaría su presidencia en el Banco Central Europeo: “El BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente.” Palabra de Dios. La prima de riesgo, que había superado la temeraria barrera psicológica de los 500 y después los 600 puntos básicos, perdió de inmediato más de 50 y se situó, como primera estación, en los 560. La reaccion fue en cadena, el bono a 10 años también remitió, y una brisa agradable recorrió España de extremo a extremo y saltó a estas islas, que soportaban una crisis enrabietada, con niveles de paro y exclusión social verdaderamente alarmantes. (Italia, también asfixiada por la prima de riesgo, mejoró de aspecto ipso facto, gracias a la misma ventilación asistida del banco emisor.) Draghi los tenía bien puestos. Y le cogimos simpatía, como a una suerte de Papa de los mercados, con sentencias casi bíblicas de efectos balsámicos y milagrosos. Era el único líder ecuménico en medio de un patriotismo político excitado que reducía Europa a una ciudadela malavenida.
No era cómodo ni fácil su papel de gladiador solitario en medio de la mayor crisis colectiva que conocía nuestra generación desde la Gran Depresión del 29. (Recibimos la mala noticia del Sida en el 81 y la crisis 30 años después.) Draghi tenía fieras resistencias a bordo. Recuerdo hacer el seguimiento del pulso (no eran Messi y Ronaldo, pero sí adversarios titánicos) entre Draghi y el alemán Jens Weidmann, el terco presidente del poderoso Bundesbank, que a los pocos días de aquella declaración providencial del italiano en defensa del euro amenazó con dimitir si Merkel apoyaba que el BCE comprara bonos de la deuda de los países periféricos, como España e Italia. Weidmann, que sigue en su línea inmisericorde, decía que la compra de deuda crearía “adiccion”. Merkel, sostén de Draghi, sufría presiones muy fuertes que hoy explican los temblores que padece en público.
En los pasillos del Hotel Mencey, hace unas pocas semanas, camino de la entrevista con este periódico tras intervenir en el Foro Premium del Atlantico tras un año de su retirada de la política, Rajoy, preocupado entonces por el futuro laboral de sus hijos, se sentía orgulloso de aquella temeridad contra el coro de voces que le empujaban a aceptar la intervención de los hombres de negro. Aquel día que Mario Draghi dejó claro que iba a salvar el euro -y por ende a España – a toda costa, Mariano Rajoy, casi tocayo del italiano, respiró aliviado como un padre de familia. Nos dijo que estaba orgulloso de lo que hizo. Ahora que Draghi se retira el 31 de octubre, ambos tienen una cita pendiente para celebrarlo. El exministro Luis de Guindos, que permanece de vicepresidente del BCE, junto a la sucesora, Christine Lagarde, nos confesaba en el Foro del DIARIO, en 2015, que impedir el rescate era una cuestión de honor, y se extendió en revelaciones sobre aquel episodio trascendental.
Draghi, que nada más llegar al cargo en 2011 enmendó la plana a su predecesor, Trichet, y bajó los tipos de interés, ha vuelto por suerte a las andadas, fiel a su guion. Siete años después de lanzar aquel salvavidas, acaba de anunciar, para alegría de su némesis Weidmann, una traca de medidas de estímulo monetario para reanimar la economía de la eurozona, que no crecerá este año más del 1,1% -una décima menos de lo previsto-,mediante los mecanismos que están en su mano (la famosa manguera): bajará los tipos de interés nuevemante a la banca que deposita sus fondos en Fráncfort, con lo que tendrán que pagar aún más de lo que hacían por tener a buen recaudo su exceso de liquidez. Como hizo hace siete años, Draghi volverá a la senda de su programa de compra de deuda pública, que había suspendido en diciembre, con lo que se espera que el BCE adquiera 20.000 millones de euros a partir de noviembre, ya sin él al frente, sino en plena era de la elegante Lagarde, la mujer del fular de seda.
Que Europa vaya a crecer el 1,1 por ciento dice a las claras que la desaceleración ya está aquí, y con ella se resucitan los miedos a una recesión, que no será Gran como en 2008, pero sí tendrá consecuencias domésticas, ya no solo macroeconómicas. Este trimestre todo apunta a que Alemania confirmará la mala noticia que la eurozona teme tanto: salvo sorpresa, entrará en recesión.
El recuerdo de las palabras bíblicas de Draghi, al que tanto tiene que agradecer Europa, lo sitúa en la galería de unos escasos líderes que contribuyeron a salvar nuestro mundo en el desorden de las grandes potencias. Durante la Gran Recesión, el ministro de Finanzas aleman Wolfgang Schäuble mantenía la línea intransigente de la Alemania austeritaria. Alentó la expulsión de Atenas, contra la ira de su compatriota Günter Grass, que escribió aquel poema, La vergüenza de Europa, en contra de semejante herejía contra la madre de la democracia: “Sin ese país te marchitarás, Europa, privada del espíritu que un día te concibió”. Ahora que son los alemanes los que le ven las orejas al lobo, ahora que la ultraderecha amenaza la alternancia entre socialdemócratas y democristianos. Ahora que Merkel se va. Ahora que se van los ingleses. Ahora que solo viene la crisis…..decimos adiós a Draghi, que un día nos salvó. Le debemos una. Adiós, amigo.