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Evolución política

En la evolución se transforman de forma continua las especies. Charles Darwin en 1859, en El Origen de las Especies, fijó sus leyes básicas, centradas en la selección natural y la adaptación al medio. De manera que iba el tiempo seleccionando, no a los mejores individuos, sino a aquellos capaces de adaptarse a las condiciones del medio, al azar y a las mutaciones. Darwin decía que la evolución carece de propósito. En el medio natural la competencia despliega todas sus formas de violencia, necesarias para equilibrar las poblaciones. Aparece finalmente la actual especie humana, cuando desarrolla el cerebro y aprende a competir colaborando. Deja atrás a las otras especies de su género. Un superdepredador colocado en la cima de la pirámide.

Asistimos en la era de la comunicación a “accidentes evolutivos”, que transforman la política. Cuyas derivas populistas vemos en el deterioro de los derechos civiles, el cuestionamiento del sistema judicial, la pérdida de confianza en los partidos políticos y la deriva de los medios de comunicación, ajenos a su función moderadora. De forma creciente vemos la concentración de poder en manos de lo público, con sociedades civiles más irresponsables y mediocres. Las sociedades líquidas que se repliegan de la esfera pública, en la familia, hacia hedonismo y el consumo de masas. Acierta James Buchanan (1919-2013), americano, Premio Nobel de Economía 1986 en su Teoría de la Elección Pública; cuando señala que la finalidad del poder político consiste en maximizar su propia utilidad, por lo que los intereses del ciudadano son secundarios, frente a los políticos y sus partidos. Su principal objetivo es conquistar el poder y mantenerse en él a cualquier precio. Sus promesas son ilimitadas, al margen de que sirvan o no para algo.

Tesis cercana a la mantenida por el americano Bryan Caplan, en El Mito del Votante Racional (2016), donde sostiene que existe una desinformación general del votante en nuestras sociedades. Duda que los partidos se encarguen de depurar a los incompetentes a su interior. El votante funciona bajo impulsos emocionales y decide sin responsabilidad, ajeno a la democracia, con su tribu. Fenómeno comprobado en el brexit, convocado para resolver los conflictos internos del partido conservador de Cameron, que no fue votado en el referéndum por los jóvenes. Cuando la solución resultante penaliza sus intereses; el pueblo de nuevo equivocado.

Las derivas del populismo se analizan en la obra del canadiense Alain Deneault La Mediocracia (2019); ofreciéndonos una visión global de los problemas sociopolíticos del momento. Analiza las instituciones invadidas por el gobierno de los mediocres. Construye una tipología de cinco figuras que podemos visualizar con el “pentapartido” español. En primer lugar, el “mediocre roto”, víctima de sus contradicciones, los Ciudadanos de Rivera, incapaces de situarse entre derecha e izquierda. El “mediocre por defecto”, que cree lo que le cuentan, como Abascal, alejado de la realidad. Aparece el “mediocre entusiasta”, los Podemos de Iglesias, maestro de intrigas sin resultados. Se acomodan los “mediocres a su pesar”, de Casado, buscando su equilibrio. Que el “mediocre oportunista” Sánchez, con el PSOE, aprovecha para mantenerse en el poder, recuperando el orgullo perdido y la autoestima de su partido recolocado.

La democracia como aritmética del poder no basta para ejercer la gobernabilidad, con la nación fracturada, el sistema electoral obsoleto y la cultura de todos contra todos. Azuzados por el ego de sus líderes, con las prioridades de sus partidos y penalizando a la “sociedad civil líquida” y a la economía. Evolución regresiva.

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