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Luz y taquígrafo

Los motivos de la reciente acritud juvenil en la calle por la huella de carbono no hacen sino recordarnos que dependemos del petróleo y un día podemos quedarnos en la cuneta, como ayer con un cero energético como no se recuerda en diez años

El apagón corrobora que este año se merece el apodo de la gran conmoción. Los incendios de Gran Canaria, el hundimiento de Thomas Cook, el cero energético de Tenerife… Pero las emociones fuertes que vivimos este verano y comienzo de otoño contienen claves de índole desconocida que influyen en nuestra manera de vivir 2019 al borde de un ataque de nervios. A ver cómo salimos de esta, qué clase de gente seremos en 2020, cuánto de suspicaces y temerosos ante el porvenir…

El tinerfeño, en semejante vorágine, no es diferente al inglés o al austriaco, por cierto; el primero se sabe al límite del abismo desde que la bomba de relojería del brexit comenzó la cuenta atrás. Y en Viena ayer celebraban el pinchazo de la ultraderecha en unas elecciones de infarto. Europa está así, patas arriba, en continuo sobresalto. Y, en cierta medida, con las luces apagadas también. No íbamos a ser menos en nuestras islas antiguamente aplatanadas.

Ahora estamos sobre el volcán como no lo estuvimos nunca. Con la mosca detrás de la oreja y en estado de alerta. Todo eso que le pasa a Europa, el brexit a lo Johnson, la recesión, la mala convivencia política y el cambio climático, todo eso acontece aquí en idéntica medida. Tenemos las urnas hasta en la sopa, somos reincidentes y volveremos a votar, lo cual estas semanas agita y crispa el ambiente. No tenemos un minuto en paz. Ni un domingo tranquilo.

Los motivos de la reciente acritud juvenil en la calle por la huella de carbono no hacen sino recordarnos que dependemos del petróleo y un día podemos quedarnos en la cuneta, como ayer con un cero energético como no se recuerda en diez años. Mejor ejemplo, imposible, para tomárselo en serio. Al parecer, la subestación causante del caos estaba obsoleta hace tiempo.

Días como estos… no nos alcanza la memoria. Thomas Cook nos ha dejado indefensos, porque vivimos del turismo, pero no controlamos el negocio de los factores externos que dominan los mercados de los que se nutre nuestra dependiente economía. O sea, que estamos a oscuras todo el año como ayer. Por si ese dilema del modelo turístico no fuera suficiente para una tierra que estrena Gobierno tras la pereza y continuismo de las últimas décadas, nos asalta el debate energético en toda su crudeza tras este apagón dominicial que vamos a recordar durante mucho tiempo. “Hubo un momento en que la isla se quedó sin luz y sin teléfono”, dijo el portavoz del Gobierno, Julio Pérez, en el balance de la avería monumental. Estalló la dichosa subestación de Granadilla -esta vez no fue el gato- y un millón de habitantes se quedaron sin luz y telefonía. Incomunicados. La película es real. Las escenas se vivieron en la calle como en un reality espontáneo. Un flashmob. Las cafeterías se vaciaron porque dejaron de servir café. Las calles desiertas de un domingo se poblaban de los primeros zombis que pululaban preguntándose con cara de asombro, “¿qué nos ha pasado?, ¿esto qué es?”. Desde el Delta no habíamos visto esas caras desorientadas pidiendo explicaciones.

El desconcierto general tras un apagón absoluto contrastaba con un día espléndido de otoño, que invitaba a un almuerzo familiar en cualquier restaurante a mano. Pero no había manera de disfrutar del mejor día de la semana para estar juntos. Y suerte que fue domingo. Si en lugar de ayer, ocurre hoy lunes, acaso las consecuencias serían otras, terribles, los ascensores bloqueados no serían decenas, sino centenares, y los hospitales no se las prometerían tan felices, ni la paciencia de la gente sería la de un dominguero remolón dispuesto a perder el tiempo sin luz ni móvil, que ya es abstinencia para estos tiempos que corren… Tomemos nota. Luz y taquígrafo.

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