tribuna

Los errores y ruptura de las parejas

Escribe la psicóloga Mariana Romero cuales son las causas que provocan la ruptura en una pareja. “No nacemos con una idea de lo que es una pareja ideal, ni de cómo tiene que funcionar para que podamos definir la relación como buena o mala. Son conceptos que vamos aprendiendo de nuestro entorno, desde las películas de Disney hasta de la relación de nuestros padres o hasta de la publicidad que nos rodea. Es decir, empezamos a aprender y a creernos ciertas ‘normas’ que nos enseñan el modelo de pareja perfecto”, cuenta Nieto. Sin embargo, el problema de este aprendizaje por comparación es que, con el tiempo, termina siendo contraproducente.

Así lo cree la psicóloga al insistir en que “el primer error que cometemos es comparar estos modelos perfectos o idealizados con nuestra propia relación”. Porque, como apunta Nieto, “es algo que solo nos llenará de sentimientos negativos como: ‘mi pareja no va bien’, ‘tenemos un problema’ o ‘esto tiene que cambiar si queremos llegar a algo’”. Además, los problemas también pueden llegar al compararnos con otras parejas conocidas o, incluso, buscando referencias en libros de éxito de manera errónea.

“Algunos podríamos leer parte de los diez hábitos sencillos para que las parejas sean felices del psiquiatra Mark Goulston como irse a la cama al mismo tiempo, caminar juntos de la mano o decir a menudo te quiero, y pensar que no somos felices con nuestra pareja. Pero nos equivocamos. Porque, más que llevar a nuestra relación hasta un terreno mucho más prometedor, el hecho de compararnos puede desencadenar muchos conflictos y sufrimiento en nuestras relaciones”, resume Nieto que añade que, de este modo, “nuestra relación terminará distorsionándose hasta que no reconozcamos qué es lo que va bien y lo qué no”.

En esencia, la psicóloga apunta a que el verdadero error en muchas relaciones de pareja es que muchas veces no somos conscientes de que esta idea de ‘pareja feliz’ la tomamos como una verdad absoluta y, precisamente por ello, sentimos y actuamos en consecuencia.
Pero, ¿por qué hay temas que nos molestan?
Hay ciertos temas que, cuando nuestra pareja los “toca”, reaccionamos de forma negativa, impulsiva y, en ocasiones, agresiva. Estos temas sensibles tienen directamente que ver con nuestras experiencias pasadas. Por ejemplo, si a una persona le han sido infiel, es probable que ciertos comportamientos de su actual pareja disparen todas las alarmas (algo tan sencillo como, por ejemplo, no contestar a un mensaje de Whatsapp). Sin embargo, su pareja, estará perdida en esa reacción, no sabe a qué se debe y probablemente le irrite. Y comienza así un conflicto.

“También ocurre que no sabemos manejar las diferencias. Las mismas que existen desde el principio pero que pasamos por alto o, incluso, pueden resultarnos atractivas. El problema es que. con el paso del tiempo, no es que estas diferencias se hagan más grandes, sino que directamente nos empiezan a irritar y comenzamos a creer que los problemas que se dan en nuestra pareja se deben a esas diferencias (que siempre existieron, recordemos)”, añade Nieto.
Se crea pues un círculo vicioso y las parejas se quedan atrapadas en ese bucle: tenemos discusiones porque somos diferentes y por tanto incompatibles, así que tenemos que romper.
¿Cuáles son los errores que cometemos?
• Intentar conseguir lo que uno quiere de forma indirecta.
Por ejemplo, tras una discusión me quedo en silencio varias horas para hacer ver a mi pareja que estoy mal y conseguir que me haga caso. Puede que las primeras veces se consiga pero con el tiempo, perderá efecto y cada vez tendrás que permanecer más tiempo en silencio o hacer otras cosas para conseguir el mismo resultado. Lo cual, produce cada vez más tensión en la pareja.
• Descalificaciones.
Por ejemplo, decir durante una discusión: “tienes un problema”, “estás loca/o”, “con lo divertido/a que eras, ahora eres un soso/a”. Las descalificaciones aumentan la irritación y también tensan más la relación.

. Extremarse en la propia opinión.

Con el objetivo de hacer entender y arrastrar a la pareja a nuestro punto de vista. Por ejemplo: en una pareja uno de los miembros le gusta irse con sus amigos  y, al otro, le gusta estar tranquilo en casa. Si los dos puntos anteriores se mantienen a lo largo del tiempo, lo que sucederá es que uno de ellos comience a salir más con sus amigos  (y el otro pensará que es un egoísta y que no le hace caso) y, en cambio el otro, se quedará más en casa (y su pareja pensará que es un aburrido/a).

Extremarse en la propia opinión hace que estemos atrapados y no encontremos salida a nuestros conflictos. “Este tipo de reacciones y de formas de pensar son normales puesto que es complicado huir de la sociedad que nos rodea pero, si comienzan a darse con regularidad y se mantienen a lo largo del tiempo, dan lugar a numerosas discusiones que acaban con la ruptura de la pareja”, asegura Nieto.

Intentar cambiar al otro es una trampa

Pero antes de que comiences a pensar que tus relaciones están destinadas al fracaso, es importante entender que esta forma de pensar es aprendida y, por tanto, puede ‘desaprenderse’. Podemos y debemos buscar otras formas más adecuadas, que cuiden la calidad de nuestra relación de pareja. En este sentido, en países como Estados Unidos las terapias de pareja suponen un tratamiento de primera elección para tratar las infidelidades, los divorcios o diversos problemas.

En España, aunque con el tiempo se ha convertido en algo más solicitado, las terapias de pareja se siguen viendo como algo prescindible o la última opción para reflotar una relación. Sin embargo, la psicóloga recomienda pasar por la experiencia de la terapia a parejas sin problemas aparentes. “También se puede aprender a entender mejor al otro en sus comportamientos, pensamientos y emociones, a comunicarse mejor, de una forma más eficaz, a potenciar los puntos fuertes que les unen y por supuesto a evitar conflictos en el futuro”, concluye Elvira Nieto.

“Procrastinar es demorar voluntariamente algo que íbamos a hacer a sabiendas de que la dilación puede perjudicarnos por no llevar a cabo la tarea puntualmente o incluso cómo nos sentimos con respecto a esta o a nosotros mismos. Procrastinar es una voluntaria e innecesaria dilación”. Así dice el libro La solución a la procrastinación del doctor en Psicología Timothy A. Pychyl, una obra en la que propone una guía con las mejores (y nuevas) estrategias para superar el hábito de postergar. Y es que el aspecto más desconcertante de la procrastinación es que lo único que te impide actuar en ese instante es la propia reticencia a hacerlo, aún a sabiendas de que la mejor reacción es ponerte manos a la obra. Así pues ¿por qué nos resistimos a actuar? ¿Por qué nos convertimos en nuestro peor enemigo?
Desaprovechando todo, todo el rato
Cerca del montón de ropa limpia que debo guardar en el armario, hay otra montaña: la de la ropa sucia. En una primera visualización sospecho que, para poder resolverlo, tendría que poner unas tres lavadoras. Quizás no por la cantidad sino más bien porque hay ropa negra, blanca y de colores y no puedo mezclarla. Miro los dos montones y no encuentro el impulso que me lleve a organizar esta situación que, realmente, me molesta. Me voy al salón. La mesa del salón es un desastre, podría ordenarla, debería ordenarla. Pero no lo hago. No hago nada. Me siento en el sofá y miro el móvil. Otro día perdido. Existen ciertos motivos por los que esto sucede. Y probablemente mi motivación —por decirlo de algún modo también mi estado emocional— tiene algo que ver. Se trata de uno de los principales motivos junto con la maravillosa (y a veces exitosa) excusa del contexto. Por ejemplo: estás dispuestx a salir a correr pero ¡vaya! está lloviendo. Así que mejor lo dejas para otro día.

“Este es un error más que común en la consecución de nuestros objetivos: creemos que tenemos que sentirnos con ganas de llevar a cabo estas tareas”, afirma el experto. Seguramente nunca sea el momento ideal para hacerlas. Si llueve y tu plan previo a la lluvia era salir a correr, puedes y deberías seguir haciéndolo: ponte un chubasquero y sal adelante. Hay un horizonte glorioso, con un tiempo en el que puedes —progresivamente— ir cumpliendo tus propósitos. Pero los desaprovecharás, esperarás hasta el último día, hasta el último minuto, condensando todo a un único instante que esperarás que sea el ideal. Pero no lo será.

Para que esto no suceda debes abandonar el concepto erróneo de que tu estado motivacional debe corresponderse con la tarea en cuestión. Es más, seguramente has experimentado el hecho de comenzar a llevar a cabo una tarea (ahí a duras penas, sin ganas, obligándote) y que, al cabo de un rato o al finalizarla, tu estado ha mejorado y tu motivación se ha encendido. Sí, te sientes bien por haber cumplido tu propósito. Y puede que no exista sensación tan buena. Ahora bien ¿cómo cambias este hábito tan negativo de dejarlo todo para otro momento excepto el actual?
Creando conciencia 
El autor explica que, aunque todas las personas somos diferentes, hay una serie de tendencias humanas comunes que nos llevan a procrastinar: subestimar el tiempo que requieren las cosas y sobreestimar la cantidad de cosas que podemos hacer, preferir mañana a hoy y, entre otras, fabricar nuestra felicidad cambiando nuestra forma de pensar para que se corresponda con nuestro comportamiento. Y es que, en ocasiones, la naturaleza humana es demasiado optimista. Suponemos que podemos hacer más cosas en menos tiempo de lo razonable. ¿Qué sucede con esta concepción? La consecuencia de este ‘optimismo’ es una mala planificación: primer error para dejar de ser un procrastinador. 

Además hay una serie de reacciones ante las tareas que debemos llevar a cabo que, de forma natural, aparecen en la mente de las personas procrastinadoras y que les hacen concebir una falsa felicidad.

1. Distracción. Desviar la atención para evitar el fastidio que genera esa tarea que no vamos a realizar.
2. Olvidar. Suele ser de forma pasiva, viajamos hacia pensamientos que no son importantes y olvidamos la tarea pendiente.
3. Banalización. Reducir la importancia para creer que la tarea puede dejarse para otro momento.
4. Nuevos pensamientos para restar importancia. Una voz que nos dice: “podría haber sido peor”, con la que no aprendemos nada pero nos sentimos mejor a corto plazo.

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