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¿Por qué mentimos?

Por muy incómodo que resulte admitirlo, la mentira es un rasgo humano tan profundamente arraigado como la necesidad de afecto y contacto social

Por muy incómodo que resulte admitirlo, la mentira es un rasgo humano tan profundamente arraigado como la necesidad de afecto y contacto social. No nos engañemos, no se trata de una exageración, ni siquiera de una opinión personal. Es una realidad que lejos de disminuir, aumenta a pasos agigantados en una sociedad donde lo virtual nos facilita la entrada a un complejo entramado de ocultamientos, falsedades y trampas.

Vivimos en un mundo lleno de complejidades y obstáculos, donde la mentira se convierte para muchos en una herramienta de supervivencia o manipulación. Aún así, te invito a relativizar, a observar esta cuestión desde diferentes puntos de vista y ampliar la visión a nuevas perspectivas. Esto no va de cómo sobrevivir en un mundo despiadado de mentiras, sino de descubrir las verdades esenciales del comportamiento humano reflexionando acerca de la raíz de esta conducta.

Pequeños mentirosos

¿Cómo y cuándo aprendimos a mentir? Desde muy temprana edad nos inculcan la devoción a la verdad y el castigo a la mentira, pero pronto nos percatamos de que este culto a la sinceridad no es aplicable ni efectivo en todos los contextos. El aprendizaje por observación nos descubre la extraordinaria habilidad que ejercitan los adultos para manejar la verdad a su antojo. Es, entonces, cuando entramos en la incomprensible contradicción de vivir y actuar en función de las necesidades o circunstancias que se nos presentan en la vida.

A pesar de que por naturaleza nacemos diseñados para ser espontáneamente honestos, a medida que crecemos y nuestro potencial cognitivo se desarrolla, afinamos la habilidad para mentir. Entendemos los mecanismos que regulan las relaciones sociales y faltamos a la verdad para desenvolvernos de forma efectiva en el complejo entramado personal y profesional que nos toca vivir.

Tanto grandes como pequeños, independientemente del género, cultura o posición social, poseemos una gran facilidad para maquillar la realidad. Según los estudios realizados por numerosos investigadores, entre los que destacan la psicóloga Bella DePaulo de la Universidad de California, casi todas las personas mienten cada día, aunque esta estadística varía en función de la edad. Entre los 6 y los 12 años aumenta gradualmente nuestra habilidad en el arte de la mentira, alcanzando su mayor esplendor en la adolescencia, especialmente entre los 13 y los 18 años. A partir de entonces, disminuye ligeramente el porcentaje, pero nos mantenemos activamente deshonestos hasta bien entrados los 60.

Motivadores del engaño

Las principales teorías desvelan que las personas tenemos una mayor disposición a ser deshonestas cuando la ganancia que obtenemos supera las posibles consecuencias, o cuando estimamos que haciéndolo evitamos el castigo, la reprimenda o el reproche.

En el ranking de las razones que nos impulsan al engaño tenemos una gran variedad de opciones. En porcentajes y frecuencia, en general mentimos para defendernos o encubrir nuestros errores (22%), por dinero (16%), por beneficio personal (15%), para escapar o evadir a otras personas (14%), para aumentar nuestra imagen positiva (8%), por humor (5%), por altruismo o ayuda a los demás (5%), para hacer daño a otros (4%), para ser cordiales y mantener roles sociales (2%), por patologías o distorsión de la realidad (2%), entre los más destacados.

Las reglas del juego

Pero no todo vale. También imponemos límites morales para evaluar hasta donde está permitido llegar. El qué, cómo y porqué cuentan mucho. Somos más tolerantes y comprensivos cuando el fraude o falsedad proviene de alguien que no tiene intención de perjudicar a otros, o que actúa en beneficio de terceros como es el caso de Robin Hood, el héroe que robaba para a los ricos para dárselo a los pobres.

Mentimos para defendernos, protegernos, caer bien, seducir, ganar o manipular. Pero, también lo hacemos por inseguridad, por cariño, por compasión o por cortesía. Imagina que tuvieras que explicarle tu vida a cada persona que te pregunta ¿qué tal estás? ¡Sería insufrible!
Luchar contra la falsedad es, probablemente, una batalla perdida, mucho más teniendo en cuenta la fulgurosa llegada de la era de las redes sociales a nuestras vidas. La sofisticación del engaño ha alcanzado fronteras insospechadas con bulos, chismes y embustes circulando imparablemente a lo largo y ancho del planeta.

Todo tiene su cara y su cruz, su luz y su oscuridad. La ventaja del mentiroso reside en el hecho de que el ser humano es intrínsecamente crédulo, especialmente hacia todo aquello que encaja con su visión y modelo de la realidad. Por lo que te invito a reflexionar, a cuestionar, e incluso a relativizar, para aprender a vivir sin que la mentira te prive de las verdades que te impulsan a alcanzar lo mejor de ti.

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