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300 años de Robinson Crusoe

Año de efemérides bajo el signo del 9: 500 años de la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano y de la fundación de La Habana en Cuba, celebrada con Felipe VI estos días. 250 años del nacimiento de Humboldt, entrando a los trópicos desde Tenerife. 200 años de cultura con el Museo del Prado en Madrid. 80 años del final de la guerra civil española. 50 años en que el hombre pisó la luna. 40 años efectivos de Constitución española. 30 años de la demolición del muro de Berlín y caída del comunismo sovíético. Y en la referencia del 9, 300 años de la obra de Daniel Defoe, Robinson Crusoe (1719), la novela inglesa más popular de todos los tiempos. Tema estos días pasados en el Cristino de La Laguna de la Fundación Caja Canarias, dentro del ciclo 9º Encuentros de Arte y Pensamiento, que coordina Fernando Castro con Clara de Armas y donde Rosa Falcón doctora de Historia del Arte de la UCM; desarrolló su intervención sobre La Idea de una Isla y el Mito de Robinson.

Se nos hace cercano a los isleños entender nuestro espacio insular no sólo como territorio, sino como el espejo donde se enfrenta la soledad del Yo. La isla como “terra incógnita” por descubrir. La reducción del espacio a su mínima expresión, nos coloca ante el ser social que llevamos dentro. Soporte de la evolución, en el lugar común donde aparecen la conciencia, lo simbólico y el arte. Robinson Crusoe es arrojado por una tormenta a una isla deshabitada, donde él solo es capaz de remedar la sociedad inglesa que lo había expulsado. Pero con cuyos valores industriosos reconstruye su vida en la isla, cuya sociedad amplía al liberar a Viernes de los caníbales que lo secuestran. Toda una construcción modélica de las sociedades coloniales de la época, que hacen que el hombre sacrificado y de moral elevada, sea capaz de construir su propio mundo. Historia ejemplar de las capacidades del hombre para sobreponerse a la adversidad.

La influencia Robinsoniana juega en los amplios registros del mito, en los juegos de hombre y sociedad y del primero con su propia conciencia, lo que amplía la fascinación de la historia. Hay quien ha encontrado similitudes entre D. Quijote y Sancho (1605), con Robinson y Viernes, entre el portador de los valores de su cultura y el hombre práctico que le acerca a la realidad, un universo de dos en equilibrio.

Influencia que encontramos en la literatura en James Joyce, en Marx, en el Nóbel Coetzee. Y como imagen repetida en el cine, en las películas de naufragios, en novelas de Julio Verne, en numerosos libros de viajes, en el género carcelario, en las conquistas del espacio. Allí donde el hombre se sitúa personalmente para sobrevivir ante los rigores del sistema o del medio. Se salva con el esfuerzo de sus valores y técnicas, contra lo injusto, lo inalcanzable. Decidir apostar entre la “isla horizonte” hacia fuera, o retraerse y perecer en la “isla cárcel”. Elogio de la identidad.

Conflictos “robinsonianos” a los que se enfrenta también el mundo del Arte, como hemos visto en el “Cristino”, cuando debe abordar sus propios límites, que están siempre en mutación. El Arte como valor de las diferencias, no puede ser industrializado, convirtiéndose de facto en instrumento que reinterpreta la historia, singularizada por su autor. De manera que la tarea del artista no sólo está en generar placer estético, sino sentido y conocimiento más allá de su propia existencia. Al colocarse la actual cultura posmoderna, en los paradigmas de lo políticamente correcto, adquieren nueva dimensión los contenidos simbólicos del arte. Con la obligación del autor de rebasarlos, dotarlos de identidad. El arte ayuda a cambiar el mundo y viceversa. Como Robinson que aunque remeda una sociedad en su isla abandonada, sólo encuentra significado cuando regresa a su mundo. Las sociedades reales no se improvisan.

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