la palma

Víctor García: “Mucha artesanía que heredamos se va a perder”

El último hojalatero de la Isla recibió un reconocimiento el viernes en la Feria Regional de Artesanía; ahora teme que algunas artes y oficios queden en el olvido
El maestro artesano en su taller, al que dedica horas para elaborar piezas en hojalata, galvanizado, cobre y aluminio. Dominic Dähncke

A menudo se habla de consumir ‘lo nuestro’, de los productos kilómetro cero o del comercio local. Son expresiones que escuchamos con mucha frecuencia, aunque la realidad es bien distinta. Al menos, así lo ven maestros artesanos como Víctor García Pérez (Villa de Mazo, 1940), quien, muy a su pesar, es conocido por ser el último hojalatero de La Palma.

“Siempre he procurado hacer las piezas antiguas para que no se pierdan”, dice en medio del recinto ferial de Tenerife, donde este viernes le han entregado un reconocimiento a su trayectoria como miembro del gremio de artistas dedicados a la manipulación de la hojalata, el aluminio, el cobre o el galvanizado, entre otros tipos de metal. Una verdadera destreza que, afirma, “nace con la persona”, aunque para perfeccionarla hacen falta “trabajo, paciencia y ganas”.

Contrariando el proceso de iniciación y aprendizaje que se ha predicado en los artes y oficios tradicionales desde, prácticamente, la Edad Media, este mazuco ha sido totalmente autodidacta. Todavía recuerda que, siendo un niño, miraba atentamente a uno de sus tíos trabajar en el taller; ejercicio que continúa realizando a día de hoy en todas las ferias a las que asiste, fijándose en todos los movimientos de quienes, considera, saben más que él.

A pesar de la humildad que desprende, lo cierto es que ahora son sus hijos y sus nietos quienes ven en Víctor García un referente, un ejemplo a seguir para preservar algunas de las tradiciones que forman parte del acervo cultural de las Islas, como la fabricación de utensilios que se emplearon durante siglos en la agricultura: regadores, cántaras, azufradores, baldes, faroles… herramientas que son fiel reflejo de una época que poco a poco se disipa del pensamiento.

Al ser preguntado por el origen de ese interés por las artes manuales, asegura que, si bien varios miembros de su familia no se consideraban como tales, eran artesanos. Su madre, tenía una increíble habilidad con el bordado y el encaje.“No le dieras prisa, pero lo que ella cogiera en las manos, salía”, dice con anhelo. Su abuelo era zapatero, y estaba especializado en calzado para grandes eventos, como bodas o bautizos. Mientras, a él le gustaba “trapichar”, hasta que con casi 40 años de edad, empezó con el torno a dar forma a algunas piezas de madera. Dice que en la década de los 80 hubo un tiempo en el que la materia prima escaseaba, y como la mayor parte de las herramientas de uso doméstico eran hechas de hojalata, optó por esa disciplina.

Sin duda, sorprende escuchar a una verdadera autoridad de la artesanía palmera hablar con tanta modestia: “Para dedicarte a este oficio no hay que tener gran inteligencia”, asevera. Y, quizá, otro punto llamativo es que su vida ha estado estrechamente vinculada a los productos típicos del Archipiélago, no en vano, su ‘verdadera’ profesión por detrás de este “hobbie” ha sido la producción de gofio, esa insignia de nuestra gastronomía.

Durante más de medio siglo, este personaje trabajó en la elaboración de harina de trigo tostada junto a varios socios, con los que no siempre estuvo de acuerdo. Un negocio que heredó de su padre y al que, desde los 12 años, se dedicó en cuerpo y alma. Eso sí: una vez alcanzada la edad de jubilación, vio muy claro dejar la molinera para dedicarse a su más honda pasión: la hojalatería. Ahora, es su hijo el que continúa con la empresa familiar.

Cuando se le hizo entrega del reconocimiento, este viernes, en la 35º Feria de Artesanía Regional, los asistentes escucharon a un Víctor García preocupado por la pérdida de las tradiciones. Inevitable preguntarle por esta afirmación, cuestión a la que respondió con total rotundidad: “La artesanía en general se está perdiendo. He oído decir que el pueblo que no tiene artesanía no tiene identidad, pero no cabe duda de que muchas de las tradiciones que heredamos se van a perder”.

Un claro ejemplo de cómo se diluyen los oficios es su municipio natal, donde anteriormente “había un montón de bordadoras”, mientras que ahora “quedan dos o tres, mayores de 70 años”. Su principal preocupación es que, cuando falten, “se terminarán de perder”.
En este sentido, dice que tanto su hijo y su yerno saben manipular el metal, por lo que, en lo que a él se refiere, ha hecho los deberes. Justos y perfectos.

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