carnaval 2020

Antonio Toledo: “Mi primer pito lo saqué de la caña de una escoba para barrer”

Uno de los cinco fundadores que sigue vinculado a la ‘Fufa’
Antonio Toledo. DA
Antonio Toledo. DA
Antonio Toledo. DA

Con una salud a prueba de bombas y un andar que es la envidia de cualquier ciudadano con bastante menos edad que él, aparece la figura de Antonio Toledo Lugo. Lo hace en la calle La Noria, en la sede de la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá, la murga de toda su vida. DIARIO DE AVISOS comparte con este nonagenario carnavalero una amena charla, acompañándole su fiel escudero y amigo, Cándido Acuña, también veterano integrante de la Fufa.

-¿Cuántos años lleva en el Carnaval chicharrero?
“Que recuerde, creo que desde 1952 o 1953, que salí con la Masa Coral Tinerfeña. Ese año salí vestido de Pierrot y, al año siguiente, de charro. Fíjese que si había escasez de recursos en aquellos tiempos, que estando en la Masa Coral teníamos un cinturón ancho y no había ni botones. Lo único que había era hambre. Entonces, la solución fue coger unas latas, hacer unos agujeros y de ahí salieron los botones, todos brillantes. En 1954 se suspendieron los Carnavales, que fue cuando empezaron Los Bigotudos”.

-¿Lo suyo fue innato o le vino de tradición familiar?
“La pasión me viene porque mi padre, Isidoro, me vistió en el año 34 y ellos vivían el Carnaval. Digamos que me gustaba y me lo inculcaron tanto él como mi madre, María. Eso sí, era un Carnaval distinto al de ahora, que es realmente grande y espectacular. Aquello era mucho más familiar. Me acuerdo que había un señor sentado en un burro, con una caña, un hilo y un chorizo paseando por la calle. Y decía: ‘Si quieren chorizo póngase la mano detrás y salte con la boca a cogerlo’. Eso nunca se me olvidará”.

-¿Cómo eran los Carnavales de aquella época?
“Aquello era vestirse y salir a la calle, tanto de día como de noche. Había bailes. Te vuelvo a repetir que, al ser un niño, no te das cuenta de mucho, pero no tienen nada que ver con los Carnavales de hoy en día. Esto es un espectáculo mundial. En aquellos tiempos, los trajes se hacían en las casas particulares de cada uno. Mi padre conocía a algunas costureras y ellas me realizaban las medidas para el disfraz. Luego, a la calle a divertirse”.

-¿Recuerda cuáles fueron sus primeros disfraces?
“De los primeros recuerdos que me vienen a la cabeza es que tuve como un sombrero mejicano de ala ancha y una faja. Al año siguiente, mi padre me hizo lo mismo, pero con distintos colores. La camisa podía ser de color blanco y el pantalón verde. El color de los sombreros cambiaba. ¿Los zapatos? Más que zapatos eran sandalias o zapatitos. El disfraz era como si fueras un mejicano, pero con color. Cada día me pregunto quién me habrá desaparecido la faja que conservaba desde hace más de 80 años. Habrá sido en alguna que otra mudanza. Es una pena”.

-¿Cómo fue la creación de aquella primera murga?
“En el año 1954, que fue cuando se suspendieron los Carnavales, yo vivía enfrente de donde lo hacía Enrique González, junto con la madre, el padre y las hermanas, y allí fue donde salió la murga Los Bigotudos. Yo conocía a uno de sus componentes, que se llamaba Paco el regalía, ya fallecido, que vivía en la calle Isla de La Gomera. De hecho, sigo viviendo allí. Entonces, solían ir a visitarme. Eran unos 12 componentes. Me decían que saliera con ellos, pero les decía que no me pusieran en ese compromiso. Ya tenían ensayadas todas las voces. Ahí es donde empezó el Carnaval. Enrique iba al Recreo a cantar, pero a escondidas de la Policía”.

-¿Cómo se produjo su llegada a la murga Ni Fú-Ni Fá?
“En aquel momento, yo estaba en la rondalla de la Masa Coral Tinerfeña y ensayamos en el año 1961. Tenía unos 33 años. Lo de la murga lo teníamos nosotros como una diversión en el barrio. Éramos 22 componentes con el director. Hubo muchos que se quedaron sin salir, porque no les apetecía. Cada uno de nosotros tenía su ocupación laboral. Recuerdo que estaba Miguel, el jefe de Bomberos, que ya murió. A todos se nos conocía por nuestros nombres de pila, aunque lo de los motes cariñosos vino años después con la llegada de Ismael Rodríguez, al que llamábamos Siruelo”.

-¿Nos puede contar cómo fue el primer pito que tuvieron y cómo lo construyeron?
“Ja, ja, ja. Sí, claro que me acuerdo. Era sacado de una caña de las escobas de barrer. Cortábamos un pedazo de unos 7-8 centímetros, hacíamos un hueco para soplar y otro para poner servilletas de papel. Una vez metido el papel, lo sujetábamos con la gomilla y por ahí soplábamos. Teníamos un bolso lleno de servilletas, porque se mojaban y se echaban a perder. Esos fueron nuestros primeros pitos”.

-¿Qué otros instrumentos utilizaban en la murga?
“Ah, sí. Hay uno precioso, el bombo. Estaba hecho a través de una lata grande de sardinas saladas. Una vez vacía, le pusimos un cartón piedra por un lado y por el otro. Ese era el bombo y lo tocaba Navarrito (Jesús Navarro Olivós). Era un tambor que le pedimos prestado a Los Flechas, las personas que formaban parte de la desaparecida Ciudad Juvenil, donde estaba el Frente de Juventudes. Eso sí, se lo pedimos prestado, pero nunca se lo devolvimos (se ríe a carcajadas). Otro instrumento que había eran los platillos, sacados de un bidón gracias al chapista Paquito Camacho, al que llamábamos Hermano Pedro”.

-¿Qué profesiones tenían los miembros de aquella Fufa?
“Camacho ejercía como chapista; un servidor estaba en aquel momento en la Droguería Espinosa, que también era perfumería y bazar; Brison era pintor; Enrique era un gran aparejador y tenía unas manos, que de un cartón hacía sombreros. Era un fenómeno para eso y para otras muchas cosas. En definitiva, casi todos estábamos empleados”.

-¿Quién hacía las letras?
“Navarrito, claro. Era el mejor letrista que teníamos nosotros. Te diría que mejor que Mingorance. Lo que sucede es que Nicolás Mingorance tiene más facilidad y es más rápido. Pero Navarrito hacía unas letras que ríete”.

-¿Qué es lo que cree que se ha perdido en la crítica en las murgas? Sobre todo, si lo comparamos con la canción de Los alacranes de la Ni Fú-Ni Fá.
“Con aquella canción, le puedo asegurar que fue la mejor época de la Fufa. Etapa de éxito y de miedo, porque estaban prohibidas las palabrotas. Eran los tiempos de la censura y estaba tolerado, pero no sabíamos hasta qué punto nos lo iban a permitir. Afortunadamente, no pasó nada. Al siguiente de cantar lo de Los alacranes, nos comía la gente. Éramos vitoreados por el público. Tanto es así, que una vez estaba lloviendo y yo iba con el paraguas, que se me estaba rompiendo por el viento y se me puso al revés. Me calenté y lo lancé por el Puente Zurita. Para qué fue aquello. La gente me empezó a aplaudir y se moría de la risa y les dije: ‘Pero si no lo he tirado para que se rieran, sino porque ya no me servía’. Las murgas de ahora, no es que sean peores. Son distintas. Sin embargo, nuestras canciones duraban el tiempo de un disco. Duraban 3-4 minutos. Cada año sacábamos cuatro o cinco canciones y lo hacíamos en una papeleta simple, que vendíamos a una peseta”.

-¿Recuerda algún concurso de la primera etapa de la Fufa y qué murgas participaban?
“En 1961, en la Plaza del Príncipe, actuamos en un concurso en el que participábamos cuatro murgas: Ni Fú-Ni Fá, Marte (de la Plaza Weyler), La Silenciosa (Tacoronte) y Los Toscaleños (del barrio El Toscal). Ganamos el primer premio del concurso y nos dieron un cheque por valor de 3.000 pesetas. Fueron cinco años seguidos ganando el concurso de murgas y, dado que había gente que ya decía que siempre se llevaba el premio la misma murga, decidimos quedarnos fuera del concurso a partir de ahí”.

-¿Cuántos fundadores de la Fufa quedan?
“Quedan cinco fundadores. Son: Antonio el Ventero, porque la madre tenía una venta, y creo que tocaba la trompeta; Tato, cuñado de Enrique González, que tocaba el saxofón; Víctor Castellano, que tocaba los platillos; Luciano del Castillo; y un servidor. Empecé tocando el saxofón y luego cambié. Fuimos 22 desde un principio y así durante muchos años. En cuanto a cómo nos dio por formar el grupo, tengo que decir que nuestra casa era la plaza Weyler. Había un sitio en una esquina que se llamaba Muebles Quino, cuyo local hoy en día creo que es una sucursal bancaria, y era el lugar donde nos reuníamos todos los del barrio. En una de esas tertulias que tuvimos, Enrique González nos dijo: ‘Vamos a formar una murga, nos vestimos como payasos y ensayamos unas canciones’. Y así fue”.

-¿Qué es para usted la persona de Enrique González?
“Cuando me casé, me fui a vivir a la calle Jesús Nazareno y enfrente vivía Enrique. Éramos vecinos. Le voy a contar una anécdota, que lo resume todo sobre él. En aquellos tiempos, cuando Enrique y yo teníamos unos treinta y pico años, nos encantaba ir de guachinches y una vez me dijo que fuéramos a casa de Marisa, que era una mujer que vivía por debajo del depósito de la ferretería El Martillo. Tocamos la puerta y nos decía que estaba cerrado. Insistimos, pero encontrábamos la misma negativa. Enrique se calentó, cogió una verga y fuimos a la puerta que había en el bar. Manipuló el candado y gritó a los de dentro: ‘¡Yo no entro, pero ustedes, cabrones, de ahí no salen!’ Tuvieron que venir los bomberos para quitar la verga del candado”.

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