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Rescate de Julen: una obra de ingeniería civil humanitaria

Dos piezas claves en el dispositivo que se desplazó a Totalán, en Málaga, para el rescate del pequeño que cayó, hace hoy un año, a un pozo explican los entresijos de la compleja operación
Javier Moreno y Ángel García, personas clave en el operativo de rescate del pequeño Julen, recogieron en septiembre el premio taburiente de solidaridad de la fundación DIARIO DE AVISOS . Fran Pallero
Javier Moreno y Ángel García, personas clave en el operativo de rescate del pequeño Julen, recogieron en septiembre el premio taburiente de solidaridad de la fundación DIARIO DE AVISOS . Fran Pallero
Javier Moreno y Ángel García, personas clave en el operativo de rescate del pequeño Julen, recogieron en septiembre el premio taburiente de solidaridad de la fundación DIARIO DE AVISOS . Fran Pallero

Hasta hace hoy justo un año, los nombres de Ángel García Vidal y Javier Moreno Ruiz eran desconocidos para la mayoría de españoles. También lo era el de Julen Roselló, el niño de dos años que se precicipitó por un pozo de más de 100 metros ubicado en la finca de un familiar en el municipio malagueño de Totalán. El caso de los dos primeros, ingeniero y bombero, respectivamente, es que fueron señalados desde el primer instante como las personas que, dentro de su ámbito competencial, debían ponerse al frente de una de las operaciones de mayor complejidad técnica vistas hasta la fecha en todo el mundo.

Ambos profesionales, de los que todavía hoy se destaca su increíble capacidad de trabajo y el ingenio demostrado durante las labores de rescate -sobre las que pusieron el foco medios internacionales-, fueron reconocidos el pasado mes de septiembre con el Premio Taburiente de Solidaridad de la Fundación DIARIO DE AVISOS. Y hoy, siendo la efeméride de esa trágica caída que heló el corazón a quienes permanecían atentos a cada movimiento en las inmediaciones del pozo, nos recuerdan cómo transcurrieron esos interminables 13 días de angustia y estupefacción.

“Estaba en mi casa apunto de almorzar. Mi oficial de sala me dice que se había caído un crío por un pozo y que iban para la zona, que habían salido del parque de bomberos más cercano para ver exactamente qué había ocurrido”. Así pilló a Javier Moreno el desafortunado incidente, en lo que parecía un 13 de enero cualquiera. “La profundidad, en principio, era de 150 metros, y un diámetro de 25 centímetros, por lo que me di cuenta de que no era una intervención al uso, porque no existe ningún caso como este documentado en el mundo; hay casos parecidos, pero no llegan a la dificultad que ha tenido este”, relata.

Por su parte Ángel García, como representante provincial del Colegio de Ingenieros de Caminos de Málaga, fue avisado al día siguiente: “se dirigen a mí porque las soluciones que están aportando no estaban dando sus frutos y había un problema técnico a resolver. Y ante esa enormidad de reto, movilizo, a su vez, a un equipo de compañeros, que llegamos en 30 minutos”. Sobre las 16.30 horas, una decena de miembros del gremio ya se habían puesto manos a la obra para “ayudar en lo que fuera necesario”.

Hay un número que se les ha quedado grabado a fuego tras lo acontecido: 71. Esa era la cota a la que, cuando introdujeron una cámara para evaluar la situación, dieron con un tapón de tierra que no les permitía saber si el pequeño Julen se encontraba bien. A pesar de ello, explica García Vidal, “el criterio de que el niño pudiera estar vivo no varió en ningún momento; no hubo ni un día ni una hora a la que nos rindiéramos”. Entonces comenzó el grueso de las actuaciones a nivel técnico. Debían diseñar un plan que les permitiera acceder al lugar preciso donde se hallaba el crío, pero sin ocasionar desprendimientos que pudieran dañar su integridad. Ahí, curiosamente, la espectación mediática hizo su efecto.

Las redes sociales se llenaron de mensajes de apoyo a los participantes en el rescate. Todos los telediarios abrían con las últimas novedades sobre el operativo, y una maquinaria de pensamiento colectivo se puso en marcha. En el Puesto de Mando Avanzado, la carpa que ilustraba noticia sí y noticia también, multitud de expertos debatían sobre cómo proceder. Y desde sus hogares, miles de internautas también buscaban vías para comunicarse con los miembros del dispositivo. “Aprovechando que puedes tener una cuenta de Twitter o LinkedIn, te mandaban mensajes”, recuerda el ingeniero.

La decisión que tomaron fue abrir un túnel paralelo al pozo, a través del cual pudieran acceder al niño haciendo una perforación horizontal hacia la cavidad original, intervención de la que se encargaría una brigada de rescate de mineros asturianos. “Nuestro enemigo era el tiempo, el único problema que no teníamos era el económico”, destaca Javier García al ser preguntado por la dotación de medios con la que contaron. De hecho, recuerda que “hubo tal solidaridad de instituciones, organismos y empresas que teníamos allí las mejoras máquinas de la Península y algunas de repuesto cerca de Málaga”.

Pero pese a la heroicidad de sus actos, manteniéndose al pie del cañón durante los 13 días, eran humanos los que estaban trabajando. “El concepto de dormir desapareció. Podías descansar dos horas por la noche, pero solo si el teléfono te dejaba; si se hacía algún cambio, me tenían que avisar”, destaca el bombero Javier Moreno. Y al llegar a casa, añade: “había silencio. Mi mujer no me preguntaba. Comía, descansaba un poco y volvía a salir otra vez. Nuestras familias han hecho mucha empatía y fueron de gran apoyo”.

Sin embargo, por todos es conocido que el desenlace de la historia fue sumamente trágico. En torno a la una de la madrugada del 26 de enero, los mineros asturianos, que ni siquiera quisieron respetar sus propios turnos de descanso, impacientes por llegar hasta el niño, encontraron el cadáver de Julen. Entre los que se habían dedicado en cuerpo y alma a las labores de rescate, se entremezclaban los sentimientos de rabia, tristeza y decepción. Los corazones, inevitablemente, se estremecían.

Preguntados por el ‘después’, tanto el ingeniero como el bombero dan dos versiones distintas. El primero, asegura sentirse invadido por una enorme tranquilidad al “haber hecho todo lo humana y técnicamente posible”, es más, aclara que “eso te da la fuerza necesaria para volver a tener la cabeza en su sitio, regresar a la normalidad y proseguir con tu vida”. Por su parte, como miembro de los servicios de emergencia, Javier Moreno dice estar acostumbrado a que “automáticamente, lo que durante esos 13 días era tu máxima prioridad pasa a un segundo plano, porque al día siguiente tienes que atender más casos”.

Aunque reconoce no tener la certeza de “tener de nuevo una experiencia así, porque aunque pensemos que es un hecho aislado las posibilidades de que vuelva a ocurrir están”.

De cualquier modo, todos los que recibieron ese 13 de enero una llamada para ser partícipes del inmenso despliegue de medios en el solar de Totalán, salieron sintiéndose padres y madres de Julen. Al menos, así lo atestiguan estos dos artífices de lo que ellos mismos denominan, “una obra de ingeniería civil humanitaria”.

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